"JAMÁS VAS A OÍR HABLAR DEL AMOR COMO LO HAGO YO, PORQUE NO TODOS TIENEN LA VIRTUD DE PODER ESCUCHARME"

13 de febrero de 2015


IV

—Soy alquimista —replicó, volviendo a su presente.

—¿Buscas la piedra filosofal o el elixir de la inmortalidad? —preguntó en una sonrisa de incredulidad.

—No.

—¿Entonces conviertes el plomo en oro?

No podía hacerle preguntas más coherentes a una revelación tan absurda.

—No. No me gusta el oro.

—¿Entonces qué haces? Sé que haces magia, pero…

Yivrail Mihalik tomó una piedra pequeña con su mano, que se encontraba bajo su pie izquierdo, junto al pie de Agnes Dalí. Tomó la piedra y la escondió en su puño cerrado. Cuando volvió a abrirlo, la piedra ya no era una piedra, era una flor.

—Esto es alquimia —dijo.

Miró los ojos de Agnes Dalí un tanto inexpresivos. Lo que hizo era un truco de magia cualquiera, algo que le había visto antes hacer. Yivrail Mihalik cerró una vez más su puño. Extendió su mano libre y tomó la mano derecha de Andes Dalí, que, como cada vez que lo hacía, su contacto la sobresaltaba. Hizo que extendiera su mano para recibir lo que le entregaría de su mano cerrada. Yivrail Mihalik posó su mano sobre la de Agnes Dalì y ella empezó a sentir el cosquilleo de algo que revoloteaba en su palma. Cuando Yivrail Mihalik retiró su mano, se dio cuenta que aquella piedra convertida en flor, se había vuelto una mariposa de varios colores. Agnes sonrió de sorpresa. Lo que sentía sobre su palma era real. Podía sentir el cosquilleo que le provocaban las patas de la mariposa sobre su palma. Cuando intentó tocarla, voló lejos de ella.

—¡Magia! —dijo maravillada.

Nunca la había visto hacerlo tan de cerca y sin usar una frazada que ocultara todo lo que ocurría para lograr el truco, para engañar a todos los presentes.

—No es magia —respondió—. No sé cómo, sólo surge.

Los ojos de Agnes Dalí estaban frente a ella. Y en ellos encontraba lo que no podía hacer surgir de cualquier cosa. Su mirada era inexplicable, hermosa y tan misteriosa como su don. Podía transformar cualquier cosa al tono del color de sus ojos. Amaba el color de sus ojos. Cambiaba el color rojo a un tono miel… lo negro a la miel… lo blanco a la miel. Pero no podía encontrar la forma extraña en que se sentía cuando miraba los ojos de Agnes Dalí. Era un color diferente, uno que no podía hacer que existiera en algo más. No era el color de sus ojos a lo que no encontraba explicación, era al color de su mirada.

—¿Cómo lo aprendiste? —preguntó Agnes Dalí.

—Siempre ha estado en mí —dijo, algo nerviosa.

—¿En ti?

—Sí. Cuando era bebé y terminaba la leche de mi biberón, si tenía más hambre, soplaba aire a su interior y lo convertía en leche.

—¿Cómo puedes recordar cuando eras bebé? —sonrió.

—Recuerdo el día que nací, fue una noche muy fría de otoño.

No podía decirle la fecha y la hora exacta, a pesar de que lo sabía, no podía decirle sin causarle el mayor de sus asombros. Inmortalidad, pensó. No había nacido alquimista para encontrar el elixir de la inmortalidad. Hasta ahora, podía creer que ella misma sería el elixir si la ciencia supiera lo que poseía en su interior. Aprendió a lo largo de todos sus años de vida de grandes magos, ilusionistas y de aquellos que se decían a sí mismos Alquimistas. Los observaba con sus fórmulas, algunas acertadas y otras fallidas. Lograban la inestabilidad de ciertas cosas, muy pocas veces lograban su objetivo. Ni siquiera a ellos les reveló su verdadero don. Yivrail Mihalik no necesitaba de fórmulas, ni siquiera de conocer de qué estaban hechas cada cosa sobre la tierra. Ni siquiera de saber de qué se componía el agua o la formula exacta del plomo. Un día, cuando tuvo de maestro a un alquimista ya muy anciano, tomó una barra de plomo y sin hacerlo consciente la transformó en oro, para darle una ligera esperanza al anciano, que estaba pronto a morir. El alquimista creyó que por fin había logrado lo que ninguno de sus antecesores pudo hacer: trasformar el plomo en oro. Sacó a Yivrail Mihalik de su laboratorio, quería ser egoísta y no compartir con nadie su supuesto logro. Días después el viejo alquimista murió siendo el más desprestigiado de la época, no volvió a lograr su meta y lo tacharon como un mentiroso fracasado. No había sido la intención de Yivrail Mihalik, sólo quería darle un momento de alegría a sus últimos días, pero la ambición del anciano pudo más que un rato de satisfacción cumplida.

—¡No puedes recordar el día que naciste! Nadie puede hacerlo —dijo incrédula.

—¡Es verdad! Cuando era un poco más grande, unos meses más grande. Convertía el brócoli en trozos de chocolate sin que mi madre se diera cuenta —sonrió—. No sabía que a cierta edad alguna comida se puede volver contradictoria para el estómago… ahora soy alérgica al chocolate.

Agnes Dalí sonrió otra vez. Podía ser una broma la que le estaba jugando, pero lo que habían visto sus ojos había sido impresionante.

—¿Siempre has sido consciente de lo que haces?

—Sí.

—¿Por qué no me lo habías contado?

Sus ojos se tornaron al color que gustaba mirar en ellos: eran dulces.

—No lo sé —respondió sonrojada.

—¿Puedes cambiarlo todo?

—Sí.

—No te creo.

Yivrail Mihalik extendió la palma de su mano al aire para poder explicarle mejor, para que se diera cuenta que no eran trucos. No era magia. Podía sentir el viento rozar su piel. Podía sentir las partículas de polvo estrellarse contra su mano.

—Puedo convertir el agua en tierra, la tierra en fuego, el fuego en aire… y el aire en lo que quiera.

Agnes Dalí miraba su mano extendida al aire, sin razón aparente de que la haya dejado ahí. Todo lo que había mencionado era parte de la naturaleza, el compuesto de todo.

—Nada es invisible —decía Yivrail Mihalik—. Todo existe.

Ante el asombro de Agnes Dalì, en la palma de la mano de Yivrail Mihalik se veían partículas de agua, como si una brisa ligera hubiera pasado de repente.

—Agua…

—Son las partículas de polvo que viajan entre el viento.

Parecía que en la mano de Yivrail Mihalik llovía. Le gustaba el asombro de los ojos de Agnes Dalí. Pasó el pulgar por la palma de su mano y en un segundo el agua desapareció.

—No sé cómo… —trastrabilló Agnes Dalí.

Yivrail Mihalik había conseguido algo sin poder transformarlo. Agachó la mirada al piso. Se preguntaba cómo la vería ahora Agnes Dalí que sabía de su don. Lo que solía hacer en los Solis dies, lo había dejado a un lado después de conocerla, no quería que ella la viera como un ilusionista. Dejó su espectáculo a un lado para parecer una persona normal. Nunca se dedicó a otra cosa más que soñar despierta. No necesitaba de un trabajo o de dinero. Todo lo que quería lo podía tener de sobra. Se había convertido en ilusionista, pero con una única ilusión: Agnes Dalí.

¿Podría conseguir de alguna manera que aquel sentimiento incomprensible fuera correspondido?

—¿Puedes cambiarlo todo?

Su mirada se posó al frente, donde había un parque casi abandonado. La miró a ella y le dijo:

—Cuando tenía catorce años me di cuenta que en realidad no necesitaba de nada ni de nadie para sobrevivir. Si tenía hambre, tomaba una piedra por el camino y la convertía en un panecillo, si tenía sed bastaba con un puño de tierra para convertirla en agua…

Agnes sonrió.

—Si tenía frío —continuó—, tomaba cualquier cosa para convertirlo en mi abrigo.

—No te creo… —volvió a sonreír.

—¡Es verdad! —respondió Yivrail Mihalik, devolviéndole la misma sonrisa.

—¿Entonces transformas todo?

Se quedó pensando en cómo responder su pregunta sin contarle qué era lo único que no podía transformar. Antes de conocerla no se había detenido a pensarlo. No le importaba. Los sentimientos eran algo que no conocía realmente. Su alma se sentía aletargada y le gustaba sentirse así. No necesitaba de nada más. Así lo creyó por mucho tiempo, los sentimientos humanos era algo que no conocía.

—Sí —mintió.

—¿Puedes hacerme parecer a una famosa cantante de rock?

—Podría… pero nunca volverías a ser la misma —agachó la mirada, dándose cuenta que su don traía consigo una maldición.

—¿Cómo?

—Soy alquimista… o mejor dicho: hurto las esencias —dijo avergonzada.

—¿Hurtar las esencias?

—Nada de lo que cambio vuelve a ser lo mismo.

Agnes Dalí seguía sin entender.

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Ya se mueve lento xD

DEJARÉ LA LUZ ENCENDIDA, PARA CUANDO ABRAS LOS OJOS NO TENGAS MIEDO, PARA QUE SEPAS QUE NUESTRA OSCURIDAD SOLO FUE UN PARPADEO TUYO

Me propongo ser de ti: tu mejor historia de amor.

Puedo amarte o no, depende de lo que en el camino se dé entre nosotras. Quiero decírtelo en un instante o puedo callarlo para siempre. Puedo ser una ilusión pasajera o una realidad que podría ser eterna. Quiero ser tu delirio, tu pasión, tu tranquilidad, tu felicidad y tu mejor sueño. Quiero ser y hacer mil cosas en tu vida… si me dejas ser parte de ella.

O podría ser como un libro para ti, ¿qué te parece la propuesta? Quiero hacer que te guste leer. Puedo ser una novela o un cuento corto en tu vida (incluso, puedo ser sólo un libro con la más hermosa poesía). Quiero ser tu escape o la forma más dulce de ver la realidad. Puedo aburrirte o llamar tu atención por completo. Puedes leerme por ratos si quieres o puedo robarme todo tu tiempo para que termines de leerme (porque no vas a poder evitarlo). Quiero ser la historia que quieras, según tu estado de ánimo. Puedo confundirte o puedo ser la lectura más simple. Puedes terminar de leerme y olvidarme, porque simplemente no es lo que te gusta.

Pero, ¿sabes? Me propongo ser tu libro favorito; al que siempre llevarás cerca de ti, al que guardarás bajo tu almohada o tendrás siempre junto a tu cama. Quiero ser las hojas que tus manos querrán tocar y las palabras que tus ojos no dejaran de ver. El libro que leerás mil veces porque te gusta y no hay mejor historia que la que has leído en mí. Me propongo ser las páginas donde se guardan las palabras que te harán soñar, sonreír y creer. Puedes subrayar las partes favoritas, las frases a las que regresarás cuando sientas necesitarlas. Seré el libro que sujetarás contra tu pecho mientras piensas en las cosas bonitas que has leído de mí. Quiero ser las palabras que te robaran una sonrisa, un suspiro o una lágrima. Sé que encontrarás palabras que ya habrás leído muchas veces en cualquier otro libro, pero la forma en que las leerás de mí, no las volverás a encontrar escritas de la forma en que las verás en mí. Quiero ser la mejor historia o sólo la más hermosa que hayas leído. Me propongo ser las palabras que vas a entender y no querrás olvidar. Quiero ser tu libro favorito, al que leerás cada día con calma, porque no querrás llegar nunca al final.

Me propongo ser de ti: tu mejor historia de amor.

No te enamores de un escritor

"No te enamores de un escritor, son arrogantes, exigentes, obstinados, calculadores, presuntuosos, inestables, caprichosos, impacientes, apasionados, celosos, intensos, dramáticos, hipocondríacos, adictivos, inevitables, locos, trágicos, inseguros (extremadamente), extraños, egoístas, solitarios, vulnerables, soñadores, nostálgicos, misteriosos; vamos, en una sola palabra: inexplicables. Pero ten la seguridad de que si uno se enamora de ti nunca lastimará tu corazón, porque es leal, sincero y bondadoso, ellos aman de forma diferente... En consecuencia intentarás dar el golpe primero, destrozarlo y despertarlo a la realidad. Sabes que hará literatura con su sufrimiento para volver a reconstruirse.

No te enamores de un escritor, porque tiene la mayor libertad de no hacerlo de ti. Y tendrá la bondad de no darte esperanzas, será franco y gentil, aunque lo sientas cruel. No te enamores de un escritor, pero si lo haces, habrás de conocer el amor más puro que jamás sentirás por ningún otro ser sobre la tierra; porque aquel, a quien no debes amar, te enseñará cómo es el verdadero amor.

No te enamores de un escritor, menos cuando te pide que no lo hagas. Te está protegiendo y se protege a sí mismo.

Y como último consejo: No enamores a un escritor, corres el riesgo de que te ame por siempre"

Si el amor...

Si el amor verdadero pudiera llamarse de otro nombre, tendría el tuyo. Si pudiera escucharse, tendría el dulce sonido de tu voz. Si pudiera verse, tendría tu sonrisa todos los días para contemplarse. Si pudiera sentirse, tendría la misma suavidad de tu piel. Si lo quisieran hacer aún más perfecto, tendría la belleza de tus ojos: en lo dulce de tu mirada. Tú eres el amor verdadero que el cielo me dio como regalo conocer. Amarte a ti fue amar más allá de todo. No importaba nadie… no importaba nada, solo tú y este amor que no tendrá fin dentro de mi alma. Es como volar sin tener miedo a caer, sabía que no me dejarías caer. Es creer que no importaba el aire para vivir si estabas conmigo. No importaba la luz del sol mientras tenía el brillo de tus ojos. No importaban los obstáculos porque lucharíamos contra todo y todos. Porque el tenerte a ti es vivir cada mañana recordando la ternura de tu sonrisa. Es tener la ilusión de verte cada día forjando tus sueños junto a mí y porque sé que cada día me hubiera enamorado más de ti.

Tú estás más allá del sentido del amor, porque me enseñaste de la manera más dulce la verdadera esencia, el propósito real y la inmortalidad del sentimiento…

Si en este largo viaje pudiera llevarme algo de ti, me llevaría tus recuerdos conmigo para evitar tu sufrimiento de que no volverás a verme. Simplemente porque me enseñaste el verdadero valor del amor, porque pediría vivir mil veces la misma historia a pesar de este final tan injusto… Tan sólo porque sé que ya no será en esta vida, pero sí en la próxima.