Faith-el llevó a Hate-ellu a su misma
vibración, a la Novena Vibración, aquella donde las dos tenían más fuerza, de
igual manera y con igual intensidad. Por ello Hate-ellu se volvió más fuerte,
se convirtió en la pureza de su propio odio. Olvidó el rostro de Faillié, lo
único que sus ojos miraban era el rostro de Faith-el y el sentimiento que más
aborrecía.
No tenía mucho tiempo, la primera, la
tercera y última vibración no podían pertenecer a un mismo plano.
―Te destruiré poco a poco ―dijo Hate-ellu
con rabia.
―¡Regresa a mí! ―gritó ante el choque de
sus espadas, pero Hate-ellu no entendía sus palabras, si había algo de Faillié en
su esencia oscura, ya todo lo había olvidado.
Faith-el no se iba a rendir, sabía que
aún había algo de ella, su corazón no podía volverse totalmente oscuro aunque
hubo cometido pecado mortal. No podía convertirse en una esencia, porque eso no
fue su principio ni tampoco creía que hubiera sido por su voluntad. Era una
batalla con la balanza inclinada hacia la oscuridad, no porque fueran más
fuertes, sino porque Faith-el lo quería así. Las esencias seguían con la
batalla dura en la tercera vibración, a pesar de ser pocos, tenían la fuerza
para acabar con las esencias oscuras, pero Faith-el no quería que las cosas
terminaran sin salvarla de la oscuridad.
―No siempre quisiste destruirme ―decía
Faith-el en su intento de regresarla a la luz―, me recordaste por un tiempo.
―¡No sé de qué hablas! ―gritó.
―Déjame estar otra vez contigo.
Faith-el no podía ver que en los ojos de
Hate-ellu solo había el fuego de la ira y el rencor. Jamás iba a permitir que
el sentimiento del amor se alojara en su ser. Hate-ellu no podía ver sus ojos porque
estaban cubiertos con el vendaje hecho del manto de Dios, así que no podía ver
la luz de su esencia en sus ojos.
―¡Regresa a mí! ―gritó Faith-el.
A pesar de la diferencia entre las
vibraciones, siempre era el mismo escenario. Aun así las esencias que estaban
en la tercera vibración no podían ver la lucha que tenían Hate-ellu y Faith-el.
Los arcángeles tampoco no podían ver la batalla porque su vibración era menor a
la de Faith-el, podían ver a las vibraciones menores, pero no a las superiores.
Es por eso que Faith-el llevó a Hate-ellu a su vibración superior, para que los
arcángeles no interfirieran.
―Todo se acabó ―dijo Gabriel.
―No es nuestra batalla y aun así nos
tocará perder ―murmuró Uriel.
Miguel estaba desesperado, la primera
guerra, la cual se libraba entre humanos, ya estaba perdida. No había marcha
atrás para su exterminio y lo que más le dolía, es que entre ellos se estaban
aniquilando. La sangre corría sin misericordia y la tierra estaba sufriendo una
serie de desastres naturales. Gran parte de la Tierra ya se había perdido. Miguel
guió su mirada al portal que resguardaba a Dios, él sabía que los desastres
naturales eran obra de Dios y que nadie podía hacer nada contra eso. La segunda
batalla, en la tercera vibración, las esencias de luz estaban perdiendo, no
podían matar a un humano. Miguel supo, gracias a ello, que Faith-el también
estaba perdiendo en su vibración superior.
―No quieres hacerme daño ―decía
Faith-el―. No puedes lastimar lo que amas.
―¡Yo no conozco el amor!
―Me conociste a mí ―aclaró Faith-el.
―¡¡Mentira!!
Hate-ellu envió toda su energía en la
estocada de su espada, que arrojó a Faith-el contra el muro. Su cuerpo acabó en
el suelo con mil heridas, su sangre de color purpura, salía por primera vez de
su cuerpo herido. Sus alas quedaron desgarradas y su resplandor estaba cada vez
más débil. Las esencias sufrían su misma caída en la tercera vibración, la
batalla estaba por ser perdida.
―Regresa a mí… ―murmuró, sin saber dónde
estaba Hate-ellu.
Faith-el intentó levantarse, pero su
cuerpo estaba muy lastimado que lo único que pudo sentir fue dolor en toda su
esencia. Hate-ellu se acercaba a ella con lentitud, en su rostro esbozaba una
sonrisa de victoria, había conseguido lo que nadie pudo hacer en mil años:
aniquilar el amor y con ello la existencia de los humanos.
―Haré más lenta tu agonía, Faith-el
―dijo Hate-ellu agachándose a ella.
Su mano se acercó al rostro de Faith-el
y le quitó el vendaje de sus ojos, el cual quemó entre su mano. Faith-el cerró
los ojos para que la melancolía y la desesperanza no la alcanzaran.
―Tienes que regresar a mí ―dijo Faith-el
cerrando sus ojos con fuerza, para que su voluntad de abrirlos no le ganara.
―Es hora de irte, Faith-el ―decía Hate-ellu
tomando por completo su rostro―. Tu resplandor ya no existe.
Los dedos de Hate-ellu le quemaban la
piel como si fuera el fuego mismo. Su piel empezó a agrietarse como se seca el
lodo con los rayos del sol. La espada que forjó Miguel para ella había
desaparecido, así como la luz que la vestía como un arcángel guerrero. Quedaba
el resplandor débil de su esencia, ni siquiera el movimiento de sus alas era
suave.
A Faith-el no le importaba si tenía que
desaparecer, solo no quería perderla.
―Regresa a mí ―murmuró Faith-el, con la
última fuerza que le quedaba.
Abrió los ojos sin importar que eso
significara su destrucción total, solo quería reflejarse por última vez en sus
ojos, pero antes de abrirlos por completo, un rayo de luz azul lanzó a
Hate-ellu a un costado de ella.
―¡Mikeiel!
―gritó Faith-el sorprendida.
Miguel había juntado todas las vibraciones a
un mismo plano, eso hacía que todo se desequilibrara en la Tierra, en el Cielo
y en el Infierno. El desajuste en el Universo y en lo creado no pudo evitarse. Los
arcángeles no tuvieron otra alternativa más que esa, así podían estar en el
mismo lugar que Faith-el y Hate-ellu. Sabían que debían
actuar de la manera más rápida, las vibraciones en un mismo plano significaba
la destrucción total de todos los presentes. Nadie podía distinguir nada. Todos
los planos estaban juntos en una sola vibración, podían ver las Columnas de las
Bendiciones como espejismos. Los Mortales que aún seguían con vida, podían ver
todo lo que estaba aconteciendo, esta vez todo era visible a sus ojos. El
Infierno también estaba presente en la vibración, podía sentirse el fuego que
ardía de las rocas. Los espejismos de las demás vibraciones también se
juntaban. Nada era claro a los ojos de nadie. Cada uno de ellos se sentía
mareado y perdido. Era tanta la energía que se había acumulado que parecía que
en cualquier momento todo iba a detonar.
―Perdiste, Faith-el, deja la batalla en
nuestras manos ―sugirió Uriel, como arcángel de la salvación.
Esta vez los siete arcángeles estaban
vestidos con armaduras, como si fuera le mejor legión de guerreros romanos, los
mejores hombres, lo que significaba que ya habían tomado la batalla para ellos.
Uriel, que era el más pequeño de todos, ahora parecía un hombre joven, listo
para el combate. Llevaba sobre su pecho forjada una llama de fuego, que
representaba el despertar de la conciencia de los humanos hacia la verdad. Sus
ojos brillaban del mismo color oro de su capa que caía a su espalda y de su
propio medallón de invocación.
Raphael, Gabriel, Zaphkiel, Uriel,
Jophiel y Aniel estaban presentes, los arcángeles más fuertes. El poder de Miguel,
al igual que todos los arcángeles era muy fuerte. Hate-ellu había quedado muy herida
con un solo golpe. Su vibración ya no estaba estable, ya no era una esencia
oscura muy fuerte.
―Tenemos que actuar con prisa,
Mikeiel ―sugirió Jophiel.
Los habitantes del Infierno se
estaban preparando para formar parte de la batalla. Los arcángeles podían
sentir la angustia de las almas que se encontraban pagando su penitencia en el
Infierno. No podían hacer nada por ellos, porque era desatar una guerra entre
el Cielo y el Infierno. La batalla que ahora sostenían era entre la Luz y la
Oscuridad, era otra vibración superior a ellos.
―Todo
tiene que volver a su orden original.
Miguel también se dio cuenta
de lo que se estaba tramando en la vibración más baja que se había creado.
Sabía que no había hecho bien el juntar todas las vibraciones en un mismo
plano, pero hubo que hacerlo si quería asegurarse por lo menos la salvación de
los Mortales que quedaban en la Tierra.
―¡Hemos estado ganando desde el
principio! ―decía Miguel preparando otro
inmenso rayo de luz azul entre su mano―. ¡Esta no es la excepción!
―¡No! ―gritó Faith-el.
Hate-ellu se alzó en un vuelo lento para
escapar. Su cuerpo estaba tan herido que no podía moverse con la velocidad que
quería. Miguel
le lanzó su rayo de luz, el cual hizo que Hate-ellu cayera a la tierra
provocando un temblor muy fuerte. No podía recuperarse del ataque de Miguel,
sus alas ya no podían ni siquiera hacer un solo movimiento.
―¡Es tu fin!
Hate-ellu tenía las alas lastimadas y
sabía que no podía siquiera esquivar ese golpe que estaba por recibir. Miguel
acumuló toda la energía y la lanzó sin piedad alguna. Pero ocurrió lo que
ninguna esencia, ni arcángel, incluso las esencias oscuras esperarían y mucho
menos lo esperaría Hate-ellu; Faith-el había recibido toda la energía con su
propio cuerpo, interfiriéndose entre Hate-ellu y Miguel.
Ambos cuerpos, el de Faith-el
y Hate-ellu, fueron arrastrados varios metros atrás. Faith-el tampoco podía ver
muy bien lo que ocurría. Sus ojos podían ver la Novena Vibración, el lugar
donde pertenecía, pero también podía ver los espejismos de la Tierra, del
Cielo, del Infierno y de las demás vibraciones. No estaba muy segura de dónde
estaba, pero sabía muy bien a quién debía proteger.
Miguel estaba enfurecido ante su terquedad por
querer salvarla de la oscuridad.
―Regresa a mí, Alice
―decía Faith-el acercando su mano al corazón de Hate-ellu. Ya no pudo más evitar
mirarla a los ojos―. Tienes que regresar a mí.
La mirada de Faith-el tenía tanta luz
que no encontró el vacío de melancolía y desesperanza en los ojos de Hate-ellu.
No sabía que su esencia se había conectado en las tres fuerzas que tenía un
mortal: logró la armonía de las tres virtudes por amor, tuvo sensaciones,
emociones y sentimientos humanos. Sintió el amor como lo hace un mortal, con la
gracia divina de la más pura virtud.
Hate-ellu sintió el calor de la mano de
Faith-el en su pecho. Sabía que pasaría lo mismo: su piel se quemaría y si la
seguía tocando podría desaparecer. Pero se sorprendió mucho al no sentir el
fuego que la haría desvanecerse, sintió un calor reconfortante y lleno de bondad.
―Si no quieres morir, Faith-el, tendrás
que hacerte a un lado ―dijo Miguel preparando un ataque
más fuerte, no importando si debía destruir a Faith-el.
Miguel solo buscaba la seguridad del Cielo y
de la Tierra. Así como Faith-el tenía un principio y una misión que cumplir,
así lo tenían cada uno de los seres creados. Los arcángeles debían ver por la
seguridad de la Tierra, pero sobre todo seguir resguardando el Portal que había
en el Cielo.
La energía se hacía cada vez
más densa, todo estaba inestable, el poder de cada uno de ellos se estaba
haciendo más fuerte y a la vez se estaba debilitando.
―Tienes que regresar ―insistía Faith-el
mirando los ojos color ámbar de Hate-ellu―. Regresa a mí.
Hate-ellu la miraba con ojos
sorpresivos, no entendía por qué estaba arriesgando su existencia para salvarla
de los ataques de Miguel. La mano de Faith-el
seguía pegada a su pecho, como esperando encontrar una respuesta de un corazón
que hace mucho dejó de latir por ella.
―¿Por qué lo haces? ―se atrevió a
preguntar Hate-ellu, no entendía su comportamiento.
―Porque yo soy el amor ―dijo Faith-el.
―¡Suficiente! ―gritó Miguel,
arrojando un inmenso rayo que hizo que las alas de Faith-el desaparecieran.
Casi cayó sobre Hate-ellu.
No podía sentir dolor a pesar de que su cuerpo mostrara lo contario. Una
esencia, si podía sentir algo, era el sufrimiento. Faith-el sufriría si
perdiera a Alice, entonces ahí sentiría el dolor físico conectando a su alma:
sufriría. Su espalda quedó descubierta, sin alas, después del ataque. Su sangre
de color purpura empezó a recorrer su espalda.
―Yo soy el amor ―repitió una vez más.
Su mirada se veía tan herida, pero aun
así no perdía la luz que tenía en ella. Sabía que la seguiría protegiendo sin
importar que los arcángeles pudieran destruirla.
Los arcángeles, al igual que todas las
esencias presentes, no podían utilizar toda su fuerza, porque cualquier manejo
de inmensa energía podría destruirlos a todos en un segundo. El arcángel Aniel se dio cuenta que del Infierno empezaba a
salir una energía todavía más oscura. No tenían tiempo, debían destruir a
Hate-ellu para regresar todo a su equilibrio. No podían esperar a que los
demonios terminaran con la voluntad que quedaba de los Mortales con vida. Uriel
también se estaba preparando para enfrentarse a los demonios del Infierno.
―¡No puedes seguir protegiéndola,
Faith-el! ―gritó Miguel.
Volvió a generar casi toda su energía
sobre la palma de su mano. Tenía que concentrarse demasiado para no generar más
de la que debía si no quería destruir todas las vibraciones. Faith-el no tenía
ni la menor intensión de apartarse del camino, sabía que no le costaría a Miguel
deshacerse de ella. Todos tenían la misma fuerza mientras las vibraciones
estuvieran en un mismo plano. Los arcángeles tenían el poder suficiente para
eliminar el resplandor de Faith-el.
―Regresa… ―pidió.
La energía que lanzó Miguel volvió a
impactarse contra su espalda. Los labios de Faith-el se entreabrieron para
dejar escapar un hilo de sangre. La piel de su espalda parecía que hubiera sido
castigada con un látigo. La mano que tenía contra el pecho de Hate-ellu
temblaba. Todo su cuerpo ya estaba lo bastante herido como para saber que no
faltaba mucho tiempo para desaparecer.
Aun con ese ataque tan poderoso, Faith-el
seguía protegiendo a Hate-ellu.
Miguel sabía que sería difícil acabar con las
dos. Todas las vibraciones en una sola complicaban las cosas. Dirigió
su vista a los arcángeles para que se reunieran junto con él y lograran acumular
la mayor energía. Así asegurarían que podrían eliminar a Hate-ellu, no
importando si también tendría que desaparecer Faith-el.
―Ya tienes que apartarte del camino,
Faith-el, has hecho lo suficiente… no quiero lastimarte ―decía Aniel en su luz
rosa, como arcángel de la caridad―. Tienes que rendirte.
Faith-el volteó a ver a Aniel, recordaba
que era más hermosa y bondadosa cuando la vio la primera vez. Ahora vestía como
arcángel guerrero al igual que los demás. Su cabello color arena lo tenía
sujeto con una trenza. La coraza de bronce que protegía su pecho, llevaba
forjada una paloma que representaba la paz y al reencuentro que llevaba a los
humanos día con día. Su capa rosa representaba el amor, el cual, ahora no había
en sus ojos verde olivo.
Faith-el regresó su vista a Hate-ellu.
Los arcángeles no podían saber lo que
era tener un único sentimiento. Ellos veían por el bien de todos en la Tierra y
en el Cielo, para eso habían sido creados. No sabían lo que era llevar el más
fuerte resplandor a la Tierra. No sabían lo que era el murmullo de una esencia
de luz, muchos menos sabían del verdadero resplandor que llevaba Faith-el a los
Mortales.
―Tienes que regresar a mí ―decía Faith-el
sonriendo, con la luz intensa en su mirada. Estaba segura de que podía recuperar
el resplandor de sus ojos y hacer que su mirada volviera a ser tan dulce como
la conoció―. Debes regresar a mí.
Hate-ellu miraba sus ojos sin
entender lo que trataba de decirle. No sabía por qué recordaba la luz en la
mirada de Faith-el, una luz que le atraía mucho. Sentía algo en su interior que
su razón no podía entender. Había tanta oscuridad depositada en su ser, que la
luz de la mirada de sus ojos parecía estarle atormentando, y a la vez parecía
que había algo que surgía en su interior, como si parte de ella quisiera
escapar de la oscuridad, como si no le gustara estar ahí. Estaba confundida por
todo lo que estaba pasando en su interior.
―Apártate, Faith-el ―pidió Miguel.
Faith-el dejó de mirarla, se levantó y
se puso de frente a los demás arcángeles aceptando el reto, si tenían que matar
a Hate-ellu, tenían que eliminarla a ella primero.
Jofiel extendió sus alas tan
vigorosamente que su capa dorada también se elevó.
―Tienes que ceder, Faith-el ―dijo. Alzó
su mano a la altura de su pecho, mostrándole por qué debía de luchar sin
mostrar misericordia por ella.
Faith-el miró grabado un árbol sobre la
coraza de acero que protegía su pecho. Jofiel resguardaba el árbol de la vida:
la existencia de la humanidad; y no podía permitir que se perdiera.
―Ya no es tu batalla ―se le unió Rafael.
Su mano también se posaba en pecho, sobre los dos peces que se forjaban en la
coraza de acero que lo protegía. Era el símbolo de la vida y la regeneración
espiritual. Su capa de color verde la tenía sujeta con su medallón de
invocación.
―Tenemos que proteger al Cielo ―dijo Gabriel.
Faith-el miró sus ojos, eran del mismo
color ámbar que los de Hate-ellu, y sintió que era una señal. El arcángel Gabriel,
representaba la esperanza para la humanidad, entonces también podría ser una
esperanza para ella. Pero también lo miró ahí, con su armadura de combate. Ya
no estaba como un gran sabio, con su túnica blanca, llevaba su capa del mismo
color sujetada por su medallón de invocación. Su semblante lleno de pureza era
frío. Era un guerrero ahora. Gabriel colocó su mano sobre su pecho, protegiendo
los lirios que se forjaban en su armadura.
Ahí estaban, los siete arcángeles que
protegían el Portal que resguardaba a Dios. No iban a tener piedad contra
nadie. Tenían que salvaguardar al Cielo y a la Tierra.
Los siete protectores lanzaron sus rayos
de luz. Faith-el se cubrió con los brazos y soportó todo el impacto sin
siquiera moverse ni un milímetro, parecía que toda la energía la rodeaba para
no lastimarla, como si su propia esencia fuera más fuerte que el poder de los
siete arcángeles.
Hate-ellu sintió el resplandor de la
esencia que la estaba protegiendo. Faith-el seguía en pie defendiendo lo que
estaba segura aún le pertenecía: su amor. Los arcángeles detuvieron el ataque
al darse cuenta que no podrían lastimar a la esencia más fuerte y menos cuando protegía
a la persona que le estaba haciendo sentir lo inexplicable de su esencia.
―Lo siento, Faith-el ―decía Miguel
sacando su espada sagrada, aquella de doble filo, la que separaba lo verdadero
de lo falso―. ¡Yo soy el guerrero, el protector de la Tierra y el Cielo!
Se alzó en vuelo empuñando la espada. Faith-el
no intentó hacer nada contra su ataque, si debía morir defendiendo a Hate-ellu,
lo haría, porque sabía que no estaba equivocada en que todavía había una parte
de Alice en ella. Cerró los ojos ante el acercamiento inevitable de Miguel. Por un momento todo dejó de vibrar, los diferentes planos se
encontraron estables. No se escuchaba más que el silencio. No sintió el filo de
la espada cortando su existencia, al abrir los ojos vio las alas negras de
Hate-ellu frente a ella. La espada de Miguel había atravesado su cuerpo. Hate-ellu la
había protegido para que no acabara con ella.
Los arcángeles y esencias quedaron
sorprendidos. Una luz de destellos blancos empezaron a brotar del cuerpo de
Hate-ellu, aquella esencia de odio estaba dejando su alma, sus alas negras
desaparecieron en un segundo y lo único que quedó de ella fue su cuerpo mortal.
En ese mismo instante las alas blancas de Faith-el resplandecieron de nuevo,
sus heridas también se habían borrado de su cuerpo, como si ella no hubiera
librado la batalla contra las esencias oscuras.
Miguel retiró su espada de un solo tajo, no se
esperaba lo que había pasado.
Faith-el la sostuvo antes de que su
cuerpo cayera totalmente al piso. Estaba tan herida que sabía no iba a vivir
mucho tiempo.
―¡Alice! ―dijo Faith-el con alegría.
―Siempre
protegemos lo que amamos ―murmuró.
Fue cuando sintió en sus ojos esa luz
que estaba segura tenía cuando la miró la primera vez y la orilló a elegirla
para enseñarle el amor. Pensó que era el reflejo de su propio amor hacia Faith-el,
que solo era su propio amor el cual interpretaba como cualquier mortal. Sabía
que a pesar de que tenía la luz en sus ojos, no podía ser un amor hacia a ella,
porque Faith-el era el amor y no podía amar a un mortal.
―Eres el misterio ―decía, y sus lágrimas
rodaban por sus mejillas―, la gracia divina, la parte inexplicable de la vida.
―Tú eres la parte de mí que me hace
inexplicable ―musitó Faith-el.
Miguel observó
en su espada una luminosidad impresionante. No sabía que era el poder y la luz
que Alice guardaba en su interior. Era un resplandor tan fuerte que parecía la luz
de una esencia naciente. Desapareció junto con su espada para que los
arcángeles no se dieran cuenta del brillo tan intenso que tenía.
―Nunca te fuiste de mí ―aseguró Alice en una sonrisa.
Tomó la mano de Faith-el y sintió un
calor tan reconfortante y pacífico. Sabía que era la sensación de su entrada al
Cielo y del perdón de su alma: se había sacrificado para salvar el resplandor
de Faith-el.
―Eres el amor ―aseguraba con el último
soplo de su vida―, en el que todos debemos creer hasta el final.
―No, no soy el amor ―decía Faith-el
sonriendo―. Yo soy tu amor.
―¿Sólo mío? ―preguntó.
Cerró los ojos sin esperar la respuesta
que sabía era afirmativa.
―Siempre tuyo.
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