"JAMÁS VAS A OÍR HABLAR DEL AMOR COMO LO HAGO YO, PORQUE NO TODOS TIENEN LA VIRTUD DE PODER ESCUCHARME"

18 de noviembre de 2012

Parte XVI

Abrí los ojos y sentí una presión muy fuerte en el pecho. Era gracioso saber que en verdad puedes ver toda tu vida ante tus ojos cuando estás a un paso de la muerte. Volví a ver el pequeño barco que se alejaba de Cuba, a mi padre con sus ojos llenos de preocupación y a mi madre besando mi cabeza, mientras me abrazaba con fuerza. Hacía mucho frío ese día, pero decían que era el mejor clima para escapar de la guardia costera al llegar a México. Fue mi primer recuerdo de niña, dejar el país donde nací. Después todo se nubló en mi cabeza y escuché varios aparatos sonando con insistencia. Escuchaba como las enfermeras corrían de un lado para otro intentando moverme. “No te vayas” escuché a una de ellas. Pero mis ojos se cerraron ignorando sus palabras. Vi a Mariana y a nuestro primer recuerdo juntas. Su sonrisa, su semblante tierno y pacifico. Intenté abrazar su recuerdo, intenté sujetarme a él, pero no tuve la fuerza suficiente para moverme. Ya no me dolía el pecho, en realidad parecía que ya no sentía nada. Pensé en Mariana, en que muy pronto tendría que dejarla sola. Volví a escuchar a las enfermeras y a los doctores intentando reanimarme. Yo sólo quería que me dejaran, ya había vivido lo suficiente como para morir en paz. Lo único que me dolía con toda el alma, era dejar a Mariana sola, sabía que no iba a perdonármelo jamás, pero ya no podía hacer nada, por más que lo intentara, mi corazón ya no lo resistía más.

―No te vayas ―fue lo último que alcancé a escuchar.

No recuerdo lo que pasó, me sentía tan cansada por la anestesia y sentía el cuerpo muy frío. Ya había salido de la terapia intensiva. El doctor y la mamá de Mariana estaban ahí conmigo. Busqué con la mirada a Mariana y me pareció extraño que no estuviera ahí.

―¿Dónde está Mariana? ―pregunté.

El doctor miró a la madre de Mariana, esperando que fuera ella quien explicara mi pregunta, que fue lo primero que salió de mis labios. El doctor se hizo a un lado y la mamá de Mariana se acercó.

―Estarás bien ahora ―me dijo con una sonrisa pequeña.

―¿Dónde está Mariana? ―pregunté una vez más.

Mariana era todo lo que quería ver ahora, para decirle que ya todo estaba bien y que no la dejaría sola. Su mamá tomó una de mis manos y miraba a todos lados muy inquieta. Por alguna razón no quería encontrarse con mi mirada, porque en la suya la tristeza se notaba demasiado y no quería que yo la viera.

―¿Mamá, dónde está Mariana? ―le pregunté. Me miró con gran tristeza y empezó a llorar. Fue  cuando sentía el corazón latir con fuerza, un corazón que ya no era el mío.

―Mariana es tu corazón ―dijo.

No supe qué sentí en ese momento, la pesadez que sentía en el cuerpo se desvaneció en un segundo.

―¡¿Qué?! ¡No lo quiero! ―empecé a gritar. Todo ese movimiento hizo que la herida se abriera en mi pecho y sentí la sangre por mi piel... pero no sentía dolor. Intenté levantarme y no podía dejar de gritar―: ¡No lo quiero!

―¡Ella lo pidió así! ―dijo su madre intentado calmarme.

No sé cuantos tranquilizantes me dieron, no sentía nada... aún así pude levantarme, me quité todas las agujas que me conectaban a los sueros, las enfermeras y el doctor intentaban detenerme, la bata que tenía ya estaba llena de sangre.

―Por favor hija, debes calmarte ―me decía la madre de Mariana.

―¡Es mentira! ¿Verdad que es mentira? ―suplicaba por eso. Sentía que debía buscar a Mariana detrás de la puerta de la habitación, quería que estuviera afuera jugándome una mala broma. Ya había tres enfermeras, y junto con el doctor, pudieron acostarme sobre la cama ya había mucha sangre sobre el piso.

―¡Escucha, hija… escucha! ―me decía angustiada y llorando con desesperación― Mariana siempre fue tu corazón.

―¡No lo quiero! ―sentí como me ahogaba con mis propias lagrimas― ¡Mariana!... No quiero su corazón... ¡La quiero a ella!...

***

Sentía tanto frío en el cuerpo, no podía sentirme más ausente de lo que me sentía, quería tantas veces morirme, que todo terminará. Estaba sentada envuelta en una manta en el sofá de la sala; ahí comía, dormía e intentaba vivir. Escuché cómo tocaban a la puerta. Salí del interior de mi casa, el sol me cegó por unos segundos, tenía los ojos rojos, los sentía pesados y dolían, como si hubiera llorado desde siempre. Caminé despacio, sentía cansancio en el alma… ¿Acaso aún la tenía?

―¿Qué quieres? ―dije cuando la miré ahí parada con su mirada de compasión.

―Quiero estar contigo, Alma… necesitas ayuda.

―Lárgate.

Intenté cerrar la puerta, pero sus manos lo impidieron. Sus ojos me miraron de una forma que no veía hace mucho tiempo… amor.

―Siento mucho lo de Mariana… sé que no debí dejarte, ha sido el peor error de mi vida… y yo… ―hizo una pausa. Sólo esperaba escuchar las palabras, lo peor que ahora ya podría escuchar de su boca… y las dijo―: te amo.

―Vete.

―Alma…

Cerré la puerta y no contuve toda la rabia atorada en mi pecho. No contuve las lágrimas, sentía que todo se derrumbaba otra vez. ¡Con qué sentido las dice ahora, de qué sirve escucharlas cuando ya no se siente nada!

―¡Que te vayas! ―grité cuando escuché que llamaba otra vez a la puerta.

―Alma… soy yo, Alejandra.

Abrí la puerta y caminé hacia adentro de la casa.

―No deberías estar aquí ―le dije sin prestarle mucha atención.

―Ya han pasado cuatro meses, a Mariana no le gustaría verte en estas condiciones…

―¡¿Mariana?! ―grité con rabia― ¡¿Y dónde está ahora para que lo impida?! ¡¡A ella no le importó dejarme sola!!

―¡Morir no fue su elección… pero darte a ti vida sí lo fue! ―me gritó.

La miré. Sentía odio por Mariana por dejarme sola, por creer que mi vida valía más que la de ella, por creer que yo estaría bien sin ella… la odiaba tanto que no quería saber más de Mariana, pero en realidad nunca supe cómo fue todo.

―¿Por qué lo hizo? ―le pregunté sentándome en las escaleras de la entrada, nunca quise preguntar cómo, el porqué mi mejor amiga decidió dejarme sola.

Alejandra se acercó y se sentó a un lado.

―Cuando fuimos a visitarte al hospital, los doctores habían dicho que habías entrado en crisis, no te daban muchas posibilidades… ni tiempo.

Me miró con intensión de no seguirme contando.

―¿Qué pasó?

―Mariana no lo soportó, dijo que iba a conseguirte un corazón a como dé lugar… salió muy rápido del hospital, iba tan desesperada porque no quería perderte… intentamos detenerla para que se calmara… fue todo tan rápido que hasta a mí ahora me cuesta creerlo… corrimos hacia ella, estaba llena de sangre y su cuerpo temblaba mucho. Cuando los paramédicos la metían al hospital en la camilla… sólo alcanzó a decirle a su madre… “Ya tengo un corazón para Alma”… ¿Ahora comprendes que nunca fue su intención dejarte sola?

No podía creer lo que me contaba, ni siquiera Mariana sabía que ese día en verdad se convertiría en mi corazón. Por qué no pensó que hubiera sido mejor irme con ella, no era justo dejarme aquí sola. No era justo darme su corazón si ella era toda mi alma.

***

―Todo el tiempo me tuvieron dormida, me alimentaban con sondas y sueros, sólo así pudieron evitar que intentara sacar lo que no quería en mí, pero lo hice más de una vez, hasta que tomaron la determinación de mantenerme dormida hasta que cerrara por completo la herida... demasiado infantil, ¿no? ―decía frente a la tumba de Mariana― Hasta ayer me dijeron dónde estabas, pensaban que intentaría sacarte para reclamarte el haberme dejado sola... ¿Puedes creerlo?... Sé que me comporto extraño, pero no estoy loca... aunque el dolor siempre te ciega.

Miré hacia las demás tumbas que estaban en todo el cementerio, era como todos, un lugar tranquilo y un tanto aterrador.

―Esta debería ser la mía, no la tuya ―seguía diciendo― hubiera preferido estar… ¿Ves porqué es importante mirar a ambos lados antes de cruzar la calle?... Siempre me lo dijiste. Mamá está bien… y… y… ¡Ya no puedo! ¡Ya no puedo estar así! ¡No puedo vivir así, Mariana! ¡No debiste hacerlo! ¡Tú sabías que no iba a soportarlo! ¡No debiste dejarme vivir sin ti!

Caí de rodillas por tanto dolor que sentía. La lluvia empezó a caer con tanta lentitud que pensé todo iba a terminar ahí, que creí, por un momento, que ella aparecería y me llevaría a su lado. No me había dado cuenta que desde que Mariana se fue, la lluvia no había parado de caer. Aun cuando estaba en el hospital sedada, podía escuchar como la lluvia era intensa y a veces sólo se escuchaba la brisa. No eran los meses de lluvia, no había ni siquiera un fenómeno meteorológico como para que lloviera tanto. Era como si Mariana llorara al mirarme desde arriba.

―Sabías que no iba a soportarlo ―dije mirando al cielo. No sabía qué era lo que resbalaba por mis mejillas, si las lágrimas de mis ojos o el agua en el cielo.

***

Desde ese día no quise volver más al cementerio, qué sentido tenía ir, ella no iba a aparecer para saludarme, para abrazarme y decirme que todo iba a estar bien, que ya nunca se iría de mi vida. Ya nada tenía sentido en esta ciudad, en estas calles, ya nada podía tener sentido para mí. Me sentía tan lejos de todo, de todos. Dejé la escuela después de la operación. Ya no quise volver más, no tenía sentido… ya mi vida no la tenía. Dejé a mis amigos que pudieran hacerme preguntas de Mariana o que sus recuerdos llegaran a mencionarla. Iba a lugares donde sabía no los encontraría, caminaba sin rumbo y muchas de esas veces ya no quería regresar a casa. Qué sentido puede tener la vida, si el motivo de vivirla se ha ido. ¿Por qué me dejó aquí?, esa pregunta no podía quitarla nunca de mi cabeza. Mariana sabía todo lo que ella representaba para mí, sabía que no tenía el valor para continuar sin ella, era toda mi familia… y a veces, sus ojos, eran lo primero que quería ver siempre al despertar… ¿por qué me dejó aquí sola?

―¿Alma? ―escuché su voz detrás de mí.

Mis pensamientos me mantenían tan alejada de la realidad que no me di cuenta cuando la pasé. Quise continuar caminando para que sintiera que no la había escuchado, o que se diera cuenta que la ignoraba, y no volviera a mencionar mi nombre otra vez.

―Alma ―volvió a decir una vez más.

Regresé mi vista hasta donde estaba ella parada. Cuando la vi, recordé el día que la miré por primera vez, la primera vez que dirigió su sonrisa hacia a mí, esa vez cuando pude enamorarme de ella y de tantos sueños que empezaron a fabricarse en mi memoria.

―¡Lucia! ―dije mostrando un poco, pero muy poco, de entusiasmo.

Caminó con tanta felicidad hacia a mí.

―¡Veo que estás mejor! ―me dijo y me dio un abrazo muy fugaz.

―Sí, mucho mejor, gracias ―contesté.

No creo que a ella le importe en realidad mi dolor. A quién le importaba ahora, creo que incluso ni yo me daba cuenta qué tanto me dolía. Iniciamos una plática que no teníamos hace mucho tiempo. No había recordado lo bien que me la pasaba a su lado. La recordaba siempre feliz y sacarle a cada conversación algo agradable para reír sin parar. Sin querer, entre esa plática, vino la circunstancia del porqué ella volvió a buscarme. Quise marcharme en ese momento, no quería escuchar que me hizo a un lado y que dejó mi amor tirado a la basura, para que el final se diera cuenta que sentía algo superficial. No quería escuchar que mi dolor fue en vano. ¡Qué todo lo que había sentido tan roto no tuvo sentido! ¡Que por algo tan estúpido dejara mi amor a un lado! No quería escuchar, ¡no quería! Pero por algo no pude moverme, tal vez era una maniobra, otra vez cruel, del destino, para darme cuenta que yo no fui quien falló. Pasó como lo dijo Mariana, por sí sola Lucia se dio cuenta que lo que había hecho sólo fue algo estúpido.

Lucia volvió a entrar a mi vida, no como la primera vez, pero volvió a entrar. A pesar de todo, Lucia iba sacándome poco a poco de la monotonía que ahora era mi vida. Después de que ella iba a la escuela, pasaba por mí y me llevaba a comer y al parque. No sé cómo me sentía a su lado, sin querer me sentía como una niña, pero no una niña traviesa como cuando estaba con ella en el pasado, me sentía como una niña huérfana que necesitaba todo el cariño y atención de sus nuevos padres. Era lo que obtenía ahora de Lucia, toda su atención… absolutamente toda su atención se centraba en mí. En un momento, del cual no me di cuenta o quise ignorarlo, Lucia me tomó de la mano y no hice nada por evitar su contacto. Seguimos caminando sin decirnos nada, sólo contemplábamos el paisaje del parque que visitábamos cada tarde. Estaba todo fresco, porque hacía días, o meses, que la lluvia se estancó en una brisa para siempre.

―¿Por qué nos dejamos? ―preguntó en un suspiro, supongo que mi mano estrechada con la suya le trajo los recuerdos de un pasado que fue dulce y tierno.

―Tú me dejaste ―respondí ante su pregunta que no tenía un sentido real.

―Pues que estúpida soy ―dijo con otro suspiro igual.

―No lo sé ―dije sin decir todo lo que pensaba. Claro que no pensaba que ella era una estúpida por dejarme, sino que las cosas pasaban por algo, o igual, pensar así era un refugio para cualquier persona al imaginar que después vendría algo mejor. Siempre refugiando nuestro dolor en esa esperanza que muchos nos hacían creer, “no es para ti, vendrá algo mejor y estarás preparada para cuando llegue”

―¿Te acuerdas de tantos sueños tontos que teníamos? ―me preguntó con una sonrisa nostálgica.

―¿Tontos? ―le dije.

―Bueno, no tontos… esos sueños tiernos a futuro que pensábamos compartir.

―No ―le respondí sin mayor importancia y caminé soltándome de su mano.

Se sentó en una de las bancas y no dejó de mirarme. Claro que recordaba todos nuestros sueños. Por mucho tiempo, dentro de mi dolor al perderla, era lo que me mantenía con vida. Recordar cada uno de ellos era como una dosis de morfina que podía aliviar un poco mi dolor. Pero los sueños se fueron consumiendo como una vela que jamás me atreví a apagar de tajo. Vio que cada vez me alejaba más, sin tener ninguna intención de regresar a donde estaba ella, se levantó y decidió seguirme.

―¿Por qué no vuelves conmigo? ―me preguntó.

―¿Es lo que quieres? ―pregunté sonriendo con ternura al mirarla.

―Sí ―me respondió con cierta alegría al ver en mi pregunta una ligera posibilidad a su propuesta.

―¿Y sabes qué es lo que quiero yo?

Lucia borró su sonrisa al ver que ahora mi pregunta le quitaba todas sus posibilidades.

―¿Qué es lo que quieres? ―preguntó.

Miré al cielo sin responder nada. De nuevo esa brisa ligera volvió a caer. Mis ojos querían tanto mirar lo que ya no podía. Seguí caminando al darme cuenta que lo que en verdad quería, ella no me lo podía dar. Así estuvimos por mucho tiempo, entre una relación que buscaba ser más que una amistad otra vez. Aunque la realidad era que ninguna de las dos en verdad teníamos ese sentimiento de amistad. Lucia seguía enamorada de mí… y yo, yo sólo veía en ella a una ex pareja intentando remediar el peor error de su vida.

***

Lucia hacía cualquier cosa que me gustaba, se quedaba conmigo a ver películas hasta tarde, comer helado en las escaleras de mi casa y me hacía reír sin parar. Muchas veces se quedaba conmigo por las noches y al otro día al buscarla ya no estaba, porque se iba a la escuela muy temprano. Prácticamente ya era parte de mi vida diaria, pero seguía sin entrar a mi corazón. Estábamos en mi casa, después de salir varios días, después de muchos intentos que hizo para que yo volviera a enamorarme de ella. Ese día decidió arriesgarlo todo, todo lo que habíamos vuelto a construir sobre nosotras, sobre un amor hace mucho terminado.

―¿Por qué? ―me preguntó mientras se sentaba sobre mi cama.

―Porque ya no siento nada ―respondí.

―Sé que si me besas otra vez, podrías sentir lo que sentías antes por mí.

―¿Confías tanto en ti? ―pregunté riendo ante su soberbia.

―Inténtalo ―me dijo tomando mi mano para que mi cuerpo se acercara más a ella.

En un instinto, o no sé de qué manera llamarlo… la abracé y la recosté sobre la cama. La miré a los ojos y le sonreí. Intenté de nuevo, intenté sentir lo que ella estaba segura que aún sentía. La miré, y fue lo único que pude hacer, solo mirarla.

―Bésame ―suplicó suavemente.

Me acerqué lentamente y volví a sentir su respiración tan cerca. Mis ojos miraron sus labios recordando cuantas veces disfruté de sus besos tan suaves. Alcé un poco mi rostro y ella mantenía los ojos cerrados esperando que la besara. Después de que sintió mi tardanza, abrió los ojos y ahí entendí todo lo que sentía por ella.

―Ya no puedo ―le decía sin despegar mis ojos de los suyos―. Ya no puedo enamorarme de ti.

Me levanté y me paré junto a la ventana, ni siquiera para mirar lo que había afuera.

―¿Por qué no puedes? ―preguntó.

―Sentí tanto dolor cuando me dejaste, y a pesar de todo ese dolor que sentí, eso me hizo crecer y no estancarme. Siempre hay una persona que se queda en el camino, sin cambiar y sin crecer. A pesar de que cree avanzar, sus sentimientos y corazón no crecen, se detiene en amores vacíos y superficiales ―volteé a verla y le dije―: no voy a regresar por ti, hasta donde te quedaste tú… yo no regresaré por ti.

Lucia se levantó al sentirse ofendida de la sinceridad de mis palabras, no me dijo nada y se fue. Y yo lo único que sentí fue un alivio al sacar esas palabras de mi alma, al ver que en verdad ya no quedaba nada de ella en mí y que el amor que alguna vez sentí por Lucia, se había ido por completo. Ella pudo haber estado con Ruth desde que terminó conmigo, pudo haberse sentido una persona madura al ver como yo lo único que hice fue hundirme en mi dolor, ella pudo sentirse una persona realizada y superior a mí al estar con otras personas. Pero muy dentro ella sabía que mis palabras eran ciertas, sus sentimientos se estancaron en la superficialidad del supuesto amor que sentía. Su corazón jamás creció, porque en realidad no sentía un amor real y sólo se estancaba cada vez más. Tal vez yo no pude salir con nadie después de ella, no pude desahogar mi dolor con otra persona, pero aún así, dentro de todo mi sufrimiento, entendí y comprendí cómo era en verdad el amor para mí.

***

Volví a quedarme sola otra vez. Volví a preguntarme por qué Mariana me dejó sola. Cómo es que puedo seguir respirando sin ella, cómo es que puedo dar cada paso sin ella. Extraño su voz, su sonrisa… extraño sus ojos. Caminé hasta casa de Mariana, pasaba los días ahí, pero sin subir a su habitación. La mamá de Mariana seguía tan amable conmigo, nunca la vi derrumbarse por haber perdido a su hija, tal vez con la intensión de no perderme a mí también. Para no caer en la tristeza que parecía no abandonar nunca mi alma.

―Tienes que comer ―me decía.

A pesar de que todos los días iba a verla, nuestras conversaciones eran muy escasas, como si cada una evitara abrir la boca para que su nombre no saliera de nuestra alma. Cada vez que la veía, quería tanto llorar, llorar junto con ella, para que nuestro llanto fuera tan fuerte, para que nuestras suplicas fueran escuchadas por Dios y nos devolviera a Mariana. Me sentía culpable y avergonzada cada vez que estaba con ella, porque le quité a su hija. Pero sabía que no debía sentirme así, la madre de Mariana jamás sentiría rencor por mí, porque sabía que yo hubiera hecho lo mismo por Mariana. No sabía de qué manera ella estaba llevando su duelo ante la pérdida de su hija, no sabía si estaba sufriendo de igual o peor manera que yo. Siempre comíamos en silencio. A veces me quedaba dormida en el sofá mirando el televisor y cuando despertaba, ya tenía una sábana cubriéndome. Nunca dejó de cuidarme como una hija y tratarme como tal. Me regañaba muchas veces diciéndome que debía volver a la escuela. Que tenía que cumplir con un propósito en la vida para que… cortaba sus palabras y sé que lo que no podía decirme era: para que la muerte de Mariana no fuera en vano. Tenía casi dieciocho años y ya no quería una vida… ya no tenía la fuerza para vivir.

Después de mucho tiempo, un día, cuando la madre de Mariana salió a comprar la comida, me quedé parada al pie de la escalera, la que conducía a la habitación de Mariana. La subí lentamente, ya habían pasado varios meses, creí que ya estaba lista para hacerlo, pero cuando llegué ahí, me di cuenta que el dolor jamás se iba a ir. Su habitación estaba igual desde que la conocí, cuando teníamos cinco años, siempre todo en orden y con muchos libros. Libros que tantas veces tuve que quitarle de la mano para que me hiciera caso. Llegaron a mi cabeza mil recuerdos de nuestros momentos juntas. Jamás peleamos, nunca sus palabras fueron tan agresivas, porque siempre, ante cada sermón que me daba por portarme mal, cuando empezaba con: “Alma…” yo le decía de inmediato “De Mariana” y ella me respondía “y mi corazón tuyo”. Recorrí toda su habitación con la mirada, esperando encontrar el verdadero consuelo para todo el dolor que sentía. Aún todo guardaba su aroma, podía sentir como si estuviera ahí mirándome… quería verla, no importaba cómo, solo quería verla otra vez. Me senté en su cama y no pude aguantar tanta impotencia.

―¡Por qué me dejaste sola?! ―grité abrazando la almohada que nunca soltaba cuando dormía― ¡¿Cómo te atreviste a dejarme sola!? ¿Por qué lo hiciste?

Ya no había llorado tanto como lo estaba haciendo en ese momento, sentía que se rompía más cada fragmento de lo que quedaba de mi alma. Sentía que mis lágrimas quemaban, que no podían salir con más dolor de lo que estaban saliendo. Mi garganta ardía porque no podía gritar con más fuerza de lo que lo estaba haciendo.

―¡¿Por qué me dejaste sola?! ―grité ahogada en su almohada.

―Mariana está contigo ―dijo su madre acariciando mi cabello.

Seguí llorando todo lo que pude frente a ella. Cuándo se iban a terminar mis lágrimas, cuándo iba a dejar de sentir todo este sufrimiento. Escuché el sollozo de su voz. Nunca me atreví a darle la cara. Tal vez ella necesitaba mis brazos que la consolaran, pero cómo hacerlo, cuando yo le quité a su hija. Quería que no sintiera cariño por mí, quería que me gritara, que me dijera que por mi culpa perdió a su hija. Quería tanto que me odiara, que me corriera de su casa para nunca más volver, para sentirme peor de lo que me sentía. Quería tanto su desprecio para no solo sentir el mío por haberle arrebatado la vida a una persona como Mariana. Seguí llorando todo lo que podía, con ese deseo de que mi corazón volviera a doler y que nunca parara de hacerlo hasta morir.

―Perdóname, mamá ―por fin las palabras salieron de mi boca.

―No fue tu culpa ―dijo y me abrazó con fuerza―. No fue tu culpa.

Besó mi frente y me sonrió. Parecía que había conseguido al menos encontrar un poco de paz con ella. Salió de la habitación y yo seguí llorando por mucho tiempo. Me quedé dormida sobre su cama sin darme cuenta. Después de un rato, abrí los ojos y cuando miré todo lo que había en su cuarto, de todos nuestros recuerdos, quise salir corriendo. Me levanté y mi corazón se aceleró como si tuviera miedo a algo que desconocía, como si se fuera a parar en cualquier momento. Dejé que el dolor continuara, para ver si por fin me dejaría morir. Volví  acostarme y me quedé dormida.

***

Lucia ya no venía a visitarme todos los días. Me sentía otra vez la niña huérfana con nuevos padres a los cuales la ilusión de un hijo ya se les fue. Si venía a visitarme, pero ya no como antes. Decía que era difícil ser amiga de la persona que se ama y que le dolía tanto el error de haberme dejado antes. A mí también me dolía su error, todo ese sufrimiento que me causó, un sufrimiento que pudo haberse ahorrado si en verdad fuera sincera con sus decisiones y sus sentimientos.

Me bañé para ver si todo ese cansancio que sentía en el cuerpo se desvanecía, pero me di cuenta que en verdad sentía mucho cansancio en el alma y que nunca me abandonaría. Extrañaba demasiado a Mariana, yo no sé cómo podía mantenerme con vida así. Me miré al espejo, el agua escurría por mi rostro de mi cabello mojado, sentía ganas de llorar, pero no podía, parecía que todas las lágrimas ya las había llorado. Sentía una desesperación horrible, quería que en cualquier momento ella apareciera o escuchara su voz desde la puerta llamándome. Quería que el corazón me doliera otra vez, que doliera tanto para morirme y estar junto a Mariana.

―No puedo ―dije mirándome al espejo.

Escuché que alguien silbaba por la ventana. Era mentira, ese silbido que no escuchaba hace tiempo. ¿Era ella? No podía ser, no, no es ella. Escuché otra vez con insistencia. No quise asomarme por la ventana para que me diera cuenta que estaba alucinando.

―¡Alma! ―escuché su grito y volvió a silbar.

Corrí a la venta y sí, si era ella. Bajé rápido las escaleras hacia la puerta de la calle.

―¡Bonita! ―me gritó cuando me vio salir de la puerta y me estrechó en un fuerte abrazo.

―Duele ―le dije cuando ya no podía respirar ante su euforia.

―Creí que iba a salir esa niñita enojada diciendo: Alma no es ningún perro para que le llames a silbidos ―decía mientras se reía a carcajadas y yo, yo sólo me hundía en más tristeza― y no tiene porque salir a verte, no eres su dueña.

Después de terminar de reírse recordando un discurso que recibía casi todos los días, se acercó a mí para mirar mis ojos.

―Ojitos dulces de ajenjo, ¿dónde está Mariana? ―preguntó.

―¿Qué haces aquí Fernanda? ―respondí con otra pregunta.

―Sólo vacaciones…

Fernanda fue mi primer novia cuando tenía catorce años, éramos muy niñas cuando nos enamoramos, pero fue un amor muy dulce y tierno. Todo terminó cuando sus padres decidieron mudarse a Tabasco y fue la primera vez que mi corazón se rompió. Mariana la odiaba, no la quería ni tantito y cada vez que Fernanda iba a buscarme, siempre le decía que no estaba, por eso Fernanda me silbaba cada vez que iba a mi casa y eso a Mariana le molestó más, siempre me decía: Ni que fueras un perro. Nunca aprendieron a llevarse bien. Fernanda era de un carácter muy agradable, ganarse la confianza y el cariño de Mariana siempre fue su meta principal, pero no pudo lograrlo porque sus padres se la llevaron. Nuestro noviazgo no duró mucho tiempo, ella decidió terminar conmigo antes de irse, porque no creía que un amor a distancia fuera lo mejor para nosotras.

―¿Y dónde está la señorita que me quiere tanto? ―preguntó mirando hacia adentro de la casa, pensando que Mariana estaba adentro y que no quería salir a saludarla.

―Mariana ya no está aquí ―respondí.

―¿Dónde está? ¡¡Vengo a decirle que me llevaré a la mujer de su vida!! ―gritó Fernanda con fuerza esperando que saliera Mariana a gritarle.

―¡¿Te vas a quedar en México?! ―pregunté con un sobresalto de emoción, una que no había tenido desde hace mucho tiempo.

―No, bonita ―decía con tristeza―, sólo quería molestar a Marianita con eso. Mi madre sólo vino a visitar a mis tíos, en unos días regreso a Tabasco.

―Ah ―dije dando la vuelta.

―No te pongas triste ―decía sujetándome por la cintura―, ya sé que me extrañas y nunca pudiste olvidarme.

Así era Fernanda, siempre con ese carácter bromista y juguetón. Fuimos hasta la sala y ahí nos quedamos sentadas. Miraba a Fernanda, no había cambiado en nada en estos años. Seguía igual, sus ojos marrón siempre brillantes, su sonrisa de diablillo en una carita de ángel. Nuestro amor siempre fue mutuo desde el primer día que nos vimos. Fue difícil aceptar que nos gustábamos, pero después de aceptarlo todo fue más sencillo. Creo que el único obstáculo difícil que tuvimos: fue la aprobación de Mariana.

―Y por fin, ¿dónde está Mariana?

Agaché la mirada y desabotoné un poco mi blusa hasta donde se podía ver la marca de la cicatriz de la operación. Fernanda escuchó atenta todo lo que le decía sobre Mariana, lo que había pasado con ella y con mi corazón.

***

Hubo algo que Fernanda me dijo antes de marcharse otra vez a Tabasco. Dijo que a veces el corazón, aunque no sea el nuestro, debemos cuidarlo y protegerlo a como dé lugar del sufrimiento. Yo no estaba haciendo nada de eso, desde que me enteré que el nuevo corazón que tenía era de la personas que más quería en el mundo, me dediqué a llenarlo de amargura porque no lo merecía y porque no se me hacía justo arrebatarle la vida a una persona como Mariana. Pero nadie entendía lo que yo sentía, nadie se ponía en mi lugar para entenderlo. Todos decían que tenía que seguir adelante, pero cómo lo hago con toda esta culpa que siento… cómo se atreven a pedirme que viva sin la parte que me daba la vida, ¡¿cómo?!

―¡Alma! Hola, ¿qué haces tan temprano? ―me preguntó al verme parada ahí tras su puerta.

―Sólo vine a despedirme de ti ―dije.

―¿Despedirte? ―preguntó extrañada.

―Sí, haré un viaje largo y…

―¿Qué tan largo? ―me interrumpió.

―No creo regresar… no tengo por quien hacerlo.

―Alma ―decía Alejandra―, Mariana no era la única personas que estaba contigo.

Decía cada palabra cómo si en verdad no sintiera lo que yo, lo que cualquier persona puede sentir al perder a alguien que estuvo casi toda su vida a tu lado. Sé que lo hacía con intención de ayudarme, pero eran palabras… palabras, solo eso. La estaba escuchando sin prestarle mucha atención, tenía mi mirada clavada al piso pensando en el plan que tenía para irme lejos. De repente, sentí su mano tibia sobre mi mentón. Alcé mi mirada para verla y su rostro estaba tan cerca del mío. ¿Por qué? Me pregunté otra vez, por qué otra persona viene a jugar con mi tristeza. Por qué al verme así todo mundo quiere “amarme”.

―¿Qué haces? ―le pregunté antes de que sus labios tocaran los míos.

―No sé ―me dijo―, solo tuve necesidad de hacerlo.

―¿Necesidad? ―susurré.

Volví a sentirme como con Lucia. Alejandra había sido algo en mi vida, alguien por quien estaba dispuesta a madurar antes de los dieciocho, pero cómo madurar ante una persona que no lo era. Volví mi mirada al piso para que entendiera que su necesidad de mí, era demasiado tarde... mi alma también estaba libre de ella, de cualquier sentimiento que pudo haber provocado en mí. Es raro tener a las personas que alguna vez quisiste como las quieres, con ese amor hacia a ti y no sentir nada. Y la única persona que puede volver a hacerte sentir, nunca volverá.

***

―Hoy cumplo dieciocho años Mariana y tú deberías cumplir diecisiete ―le decía a una lapida donde podía ver su nombre grabado. No sé por qué estaba ahí, yo podía a hablar con Mariana donde sea, pero creo que buscaba despedirme de sus restos físicos― Te acuerdas que hace un año me dijiste que no te hiciera pasar nunca un cumpleaños tan triste como ese día… ¿Tú por qué lo haces? Al menos yo desperté… tú cuándo lo harás.

Sé que no eran justas mis palabras y sé que quemaban cada parte de mí con tanta amargura, pero era lo que sentía, amargura y resentimiento. Ella jamás volvería, no iba a estar conmigo nunca más… Mariana siempre al final de mis sueños haciéndome entender que estaría conmigo siempre, ¿y ahora?… ese siempre nunca existió, la respuesta no es ella.

―Te escribí una carta, por si en el camino no voy al lugar donde tú estás.

Saqué la carta de mi mochila y la puse muy escondida entre la lapida y un montón de tierra. Inconscientemente lo hacía para que la madre de Mariana la viera cuando viniera a visitarla y así supiera a donde fui y no intentara buscarme después.

―Vendí la casa de mis padres, junté todo el dinero que tenía y todo lo doné a beneficencia para los niños. Ya me despedí de mamá y de Alejandra. Tenías razón Mariana, cuando el corazón es cobarde, el alma desaparece porque se muere en soledad.

Tomé mi mochila y la puse en hombros. No tenía nada en ella, sólo la llené de recuerdos imaginarios, de recuerdos en mi mente, de aquellos que pronto tendrían que irse.

―Yo también soy cobarde…

Caminé por mucho tiempo, si pensaba hacer lo que pensaba, debía ser un lugar lejano, donde nadie que me conociera pudiera saberlo. Llegué a un puente que jamás había visto, haber caminado por cuatro días fue bueno. Me quedé parada a la orilla mirando la autopista de abajo, donde no pasaba ni un solo automóvil. Miré hacia el cielo y las gotas de lluvia eran tan suaves que parecían acariciar mi tristeza. Puse uno de mis pies sobre el muro de contención, si tenía que hacerlo no debía pensarlo tanto. Me detuve porque sentí un coche cerca. Lo vi venir en una curva a toda velocidad y al verme a la distancia disminuyó su ritmo. El pavimento estaba mojado y la curva era peligrosa como para conducir a exceso de velocidad. Cuando pasó a un lado de mí, el conductor sólo me miró y ese momento se hizo eterno por un segundo y en el otro, ya estaba a varios metros lejos de mí. Regresé la vista a mi objetivo, volví a subir un pie al muro, estaba vez si lo haría.

―Si no voy contigo Mariana, al menos ya no sabré que estoy sin ti.

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  1. aayyy tu y tus cosas!! yo en este estado lastimero y depresivo y tu con estas cosas que me hacen llorar y pensar mas cosas que no deberia pensar =´(

    escribes tan lindo, es una lástima que vayas a dejar de hacerlo....pero bueno.. a todos se nos muere parte del alma...

    Yo..nada más yo.

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Ya se mueve lento xD

DEJARÉ LA LUZ ENCENDIDA, PARA CUANDO ABRAS LOS OJOS NO TENGAS MIEDO, PARA QUE SEPAS QUE NUESTRA OSCURIDAD SOLO FUE UN PARPADEO TUYO

Me propongo ser de ti: tu mejor historia de amor.

Puedo amarte o no, depende de lo que en el camino se dé entre nosotras. Quiero decírtelo en un instante o puedo callarlo para siempre. Puedo ser una ilusión pasajera o una realidad que podría ser eterna. Quiero ser tu delirio, tu pasión, tu tranquilidad, tu felicidad y tu mejor sueño. Quiero ser y hacer mil cosas en tu vida… si me dejas ser parte de ella.

O podría ser como un libro para ti, ¿qué te parece la propuesta? Quiero hacer que te guste leer. Puedo ser una novela o un cuento corto en tu vida (incluso, puedo ser sólo un libro con la más hermosa poesía). Quiero ser tu escape o la forma más dulce de ver la realidad. Puedo aburrirte o llamar tu atención por completo. Puedes leerme por ratos si quieres o puedo robarme todo tu tiempo para que termines de leerme (porque no vas a poder evitarlo). Quiero ser la historia que quieras, según tu estado de ánimo. Puedo confundirte o puedo ser la lectura más simple. Puedes terminar de leerme y olvidarme, porque simplemente no es lo que te gusta.

Pero, ¿sabes? Me propongo ser tu libro favorito; al que siempre llevarás cerca de ti, al que guardarás bajo tu almohada o tendrás siempre junto a tu cama. Quiero ser las hojas que tus manos querrán tocar y las palabras que tus ojos no dejaran de ver. El libro que leerás mil veces porque te gusta y no hay mejor historia que la que has leído en mí. Me propongo ser las páginas donde se guardan las palabras que te harán soñar, sonreír y creer. Puedes subrayar las partes favoritas, las frases a las que regresarás cuando sientas necesitarlas. Seré el libro que sujetarás contra tu pecho mientras piensas en las cosas bonitas que has leído de mí. Quiero ser las palabras que te robaran una sonrisa, un suspiro o una lágrima. Sé que encontrarás palabras que ya habrás leído muchas veces en cualquier otro libro, pero la forma en que las leerás de mí, no las volverás a encontrar escritas de la forma en que las verás en mí. Quiero ser la mejor historia o sólo la más hermosa que hayas leído. Me propongo ser las palabras que vas a entender y no querrás olvidar. Quiero ser tu libro favorito, al que leerás cada día con calma, porque no querrás llegar nunca al final.

Me propongo ser de ti: tu mejor historia de amor.

No te enamores de un escritor

"No te enamores de un escritor, son arrogantes, exigentes, obstinados, calculadores, presuntuosos, inestables, caprichosos, impacientes, apasionados, celosos, intensos, dramáticos, hipocondríacos, adictivos, inevitables, locos, trágicos, inseguros (extremadamente), extraños, egoístas, solitarios, vulnerables, soñadores, nostálgicos, misteriosos; vamos, en una sola palabra: inexplicables. Pero ten la seguridad de que si uno se enamora de ti nunca lastimará tu corazón, porque es leal, sincero y bondadoso, ellos aman de forma diferente... En consecuencia intentarás dar el golpe primero, destrozarlo y despertarlo a la realidad. Sabes que hará literatura con su sufrimiento para volver a reconstruirse.

No te enamores de un escritor, porque tiene la mayor libertad de no hacerlo de ti. Y tendrá la bondad de no darte esperanzas, será franco y gentil, aunque lo sientas cruel. No te enamores de un escritor, pero si lo haces, habrás de conocer el amor más puro que jamás sentirás por ningún otro ser sobre la tierra; porque aquel, a quien no debes amar, te enseñará cómo es el verdadero amor.

No te enamores de un escritor, menos cuando te pide que no lo hagas. Te está protegiendo y se protege a sí mismo.

Y como último consejo: No enamores a un escritor, corres el riesgo de que te ame por siempre"

Si el amor...

Si el amor verdadero pudiera llamarse de otro nombre, tendría el tuyo. Si pudiera escucharse, tendría el dulce sonido de tu voz. Si pudiera verse, tendría tu sonrisa todos los días para contemplarse. Si pudiera sentirse, tendría la misma suavidad de tu piel. Si lo quisieran hacer aún más perfecto, tendría la belleza de tus ojos: en lo dulce de tu mirada. Tú eres el amor verdadero que el cielo me dio como regalo conocer. Amarte a ti fue amar más allá de todo. No importaba nadie… no importaba nada, solo tú y este amor que no tendrá fin dentro de mi alma. Es como volar sin tener miedo a caer, sabía que no me dejarías caer. Es creer que no importaba el aire para vivir si estabas conmigo. No importaba la luz del sol mientras tenía el brillo de tus ojos. No importaban los obstáculos porque lucharíamos contra todo y todos. Porque el tenerte a ti es vivir cada mañana recordando la ternura de tu sonrisa. Es tener la ilusión de verte cada día forjando tus sueños junto a mí y porque sé que cada día me hubiera enamorado más de ti.

Tú estás más allá del sentido del amor, porque me enseñaste de la manera más dulce la verdadera esencia, el propósito real y la inmortalidad del sentimiento…

Si en este largo viaje pudiera llevarme algo de ti, me llevaría tus recuerdos conmigo para evitar tu sufrimiento de que no volverás a verme. Simplemente porque me enseñaste el verdadero valor del amor, porque pediría vivir mil veces la misma historia a pesar de este final tan injusto… Tan sólo porque sé que ya no será en esta vida, pero sí en la próxima.