Parte XVI
Abrí los ojos y
sentí una presión muy fuerte en el pecho. Era gracioso saber que en verdad
puedes ver toda tu vida ante tus ojos cuando estás a un paso de la muerte.
Volví a ver el pequeño barco que se alejaba de Cuba, a mi padre con sus ojos llenos de
preocupación y a mi madre besando mi cabeza, mientras me abrazaba con fuerza.
Hacía mucho frío ese día, pero decían que era el mejor clima para escapar de la
guardia costera al llegar a México. Fue mi primer recuerdo de niña, dejar el
país donde nací. Después todo se nubló en mi cabeza y escuché varios aparatos
sonando con insistencia. Escuchaba como las enfermeras corrían de un lado para
otro intentando moverme. “No te vayas” escuché a una de ellas. Pero mis ojos se
cerraron ignorando sus palabras. Vi a Mariana y a nuestro primer recuerdo
juntas. Su sonrisa, su semblante tierno y pacifico. Intenté abrazar su
recuerdo, intenté sujetarme a él, pero no tuve la fuerza suficiente para
moverme. Ya no me dolía el pecho, en realidad parecía que ya no sentía nada. Pensé
en Mariana, en que muy pronto tendría que dejarla sola. Volví a escuchar a las
enfermeras y a los doctores intentando reanimarme. Yo sólo quería que me
dejaran, ya había vivido lo suficiente como para morir en paz. Lo único que me
dolía con toda el alma, era dejar a Mariana sola, sabía que no iba a perdonármelo
jamás, pero ya no podía hacer nada, por más que lo intentara, mi corazón ya no
lo resistía más.
―No te vayas ―fue
lo último que alcancé a escuchar.
No recuerdo lo que
pasó, me sentía tan cansada por la anestesia y sentía el cuerpo muy frío. Ya
había salido de la terapia intensiva. El doctor y la mamá de Mariana estaban
ahí conmigo. Busqué con la mirada a Mariana y me pareció extraño que no
estuviera ahí.
―¿Dónde está
Mariana? ―pregunté.
El doctor miró a
la madre de Mariana, esperando que fuera ella quien explicara mi pregunta, que
fue lo primero que salió de mis labios. El doctor se hizo a un lado y la mamá
de Mariana se acercó.
―Estarás bien
ahora ―me dijo con una sonrisa pequeña.
―¿Dónde está
Mariana? ―pregunté una vez más.
Mariana era todo
lo que quería ver ahora, para decirle que ya todo estaba bien y que no la
dejaría sola. Su mamá tomó una de mis manos y miraba a todos lados muy
inquieta. Por alguna razón no quería encontrarse con mi mirada, porque en la
suya la tristeza se notaba demasiado y no quería que yo la viera.
―¿Mamá, dónde
está Mariana? ―le pregunté. Me miró con gran tristeza y empezó a llorar.
Fue cuando sentía el corazón latir con
fuerza, un corazón que ya no era el mío.
―Mariana es tu
corazón ―dijo.
No supe qué sentí
en ese momento, la pesadez que sentía en el cuerpo se desvaneció en un segundo.
―¡¿Qué?! ¡No lo
quiero! ―empecé a gritar. Todo ese movimiento hizo que la herida se abriera en
mi pecho y sentí la sangre por mi piel... pero no sentía dolor. Intenté
levantarme y no podía dejar de gritar―: ¡No lo quiero!
―¡Ella lo pidió
así! ―dijo su madre intentado calmarme.
No sé cuantos
tranquilizantes me dieron, no sentía nada... aún así pude levantarme, me quité
todas las agujas que me conectaban a los sueros, las enfermeras y el doctor
intentaban detenerme, la bata que tenía ya estaba llena de sangre.
―Por favor hija,
debes calmarte ―me decía la madre de Mariana.
―¡Es mentira!
¿Verdad que es mentira? ―suplicaba por eso. Sentía que debía buscar a Mariana
detrás de la puerta de la habitación, quería que estuviera afuera jugándome una
mala broma. Ya había tres enfermeras, y junto con el doctor, pudieron acostarme
sobre la cama ya había mucha sangre sobre el piso.
―¡Escucha, hija…
escucha! ―me decía angustiada y llorando con desesperación― Mariana siempre fue
tu corazón.
―¡No lo quiero! ―sentí
como me ahogaba con mis propias lagrimas― ¡Mariana!... No quiero su corazón...
¡La quiero a ella!...
***
Sentía tanto frío
en el cuerpo, no podía sentirme más ausente de lo que me sentía, quería tantas
veces morirme, que todo terminará. Estaba sentada envuelta en una manta en el
sofá de la sala; ahí comía, dormía e intentaba vivir. Escuché cómo tocaban a la
puerta. Salí del interior de mi casa, el sol me cegó por unos segundos, tenía
los ojos rojos, los sentía pesados y dolían, como si hubiera llorado desde
siempre. Caminé despacio, sentía cansancio en el alma… ¿Acaso aún la tenía?
―¿Qué quieres? ―dije
cuando la miré ahí parada con su mirada de compasión.
―Quiero estar
contigo, Alma… necesitas ayuda.
―Lárgate.
Intenté cerrar la
puerta, pero sus manos lo impidieron. Sus ojos me miraron de una forma que no
veía hace mucho tiempo… amor.
―Siento mucho lo
de Mariana… sé que no debí dejarte, ha sido el peor error de mi vida… y yo… ―hizo
una pausa. Sólo esperaba escuchar las palabras, lo peor que ahora ya podría
escuchar de su boca… y las dijo―: te amo.
―Vete.
―Alma…
Cerré la puerta y
no contuve toda la rabia atorada en mi pecho. No contuve las lágrimas, sentía
que todo se derrumbaba otra vez. ¡Con qué sentido las dice ahora, de qué sirve
escucharlas cuando ya no se siente nada!
―¡Que te vayas! ―grité
cuando escuché que llamaba otra vez a la puerta.
―Alma… soy yo,
Alejandra.
Abrí la puerta y
caminé hacia adentro de la casa.
―No deberías
estar aquí ―le dije sin prestarle mucha atención.
―Ya han pasado
cuatro meses, a Mariana no le gustaría verte en estas condiciones…
―¡¿Mariana?! ―grité
con rabia― ¡¿Y dónde está ahora para que lo impida?! ¡¡A ella no le importó
dejarme sola!!
―¡Morir no fue su
elección… pero darte a ti vida sí lo fue! ―me gritó.
La miré. Sentía
odio por Mariana por dejarme sola, por creer que mi vida valía más que la de
ella, por creer que yo estaría bien sin ella… la odiaba tanto que no quería
saber más de Mariana, pero en realidad nunca supe cómo fue todo.
―¿Por qué lo
hizo? ―le pregunté sentándome en las escaleras de la entrada, nunca quise
preguntar cómo, el porqué mi mejor amiga decidió dejarme sola.
Alejandra se
acercó y se sentó a un lado.
―Cuando fuimos a
visitarte al hospital, los doctores habían dicho que habías entrado en crisis,
no te daban muchas posibilidades… ni tiempo.
Me miró con
intensión de no seguirme contando.
―¿Qué pasó?
―Mariana no lo
soportó, dijo que iba a conseguirte un corazón a como dé lugar… salió muy
rápido del hospital, iba tan desesperada porque no quería perderte… intentamos
detenerla para que se calmara… fue todo tan rápido que hasta a mí ahora me
cuesta creerlo… corrimos hacia ella, estaba llena de sangre y su cuerpo
temblaba mucho. Cuando los paramédicos la metían al hospital en la camilla…
sólo alcanzó a decirle a su madre… “Ya tengo un corazón para Alma”… ¿Ahora comprendes
que nunca fue su intención dejarte sola?
No podía creer lo
que me contaba, ni siquiera Mariana sabía que ese día en verdad se convertiría
en mi corazón. Por qué no pensó que hubiera sido mejor irme con ella, no era
justo dejarme aquí sola. No era justo darme su corazón si ella era toda mi
alma.
***
―Todo el tiempo
me tuvieron dormida, me alimentaban con sondas y sueros, sólo así pudieron
evitar que intentara sacar lo que no quería en mí, pero lo hice más de una vez,
hasta que tomaron la determinación de mantenerme dormida hasta que cerrara por
completo la herida... demasiado infantil, ¿no? ―decía frente a la tumba de
Mariana― Hasta ayer me dijeron dónde estabas, pensaban que intentaría sacarte
para reclamarte el haberme dejado sola... ¿Puedes creerlo?... Sé que me
comporto extraño, pero no estoy loca... aunque el dolor siempre te ciega.
Miré hacia las
demás tumbas que estaban en todo el cementerio, era como todos, un lugar
tranquilo y un tanto aterrador.
―Esta debería ser
la mía, no la tuya ―seguía diciendo― hubiera preferido estar… ¿Ves porqué es
importante mirar a ambos lados antes de cruzar la calle?... Siempre me lo
dijiste. Mamá está bien… y… y… ¡Ya no puedo! ¡Ya no puedo estar así! ¡No puedo
vivir así, Mariana! ¡No debiste hacerlo! ¡Tú sabías que no iba a soportarlo!
¡No debiste dejarme vivir sin ti!
Caí de rodillas
por tanto dolor que sentía. La lluvia empezó a caer con tanta lentitud que
pensé todo iba a terminar ahí, que creí, por un momento, que ella aparecería y
me llevaría a su lado. No me había dado cuenta que desde que Mariana se fue, la
lluvia no había parado de caer. Aun cuando estaba en el hospital sedada, podía
escuchar como la lluvia era intensa y a veces sólo se escuchaba la brisa. No
eran los meses de lluvia, no había ni siquiera un fenómeno meteorológico como
para que lloviera tanto. Era como si Mariana llorara al mirarme desde arriba.
―Sabías que no
iba a soportarlo ―dije mirando al cielo. No sabía qué era lo que resbalaba por
mis mejillas, si las lágrimas de mis ojos o el agua en el cielo.
***
Desde ese día no
quise volver más al cementerio, qué sentido tenía ir, ella no iba a aparecer
para saludarme, para abrazarme y decirme que todo iba a estar bien, que ya
nunca se iría de mi vida. Ya nada tenía sentido en esta ciudad, en estas
calles, ya nada podía tener sentido para mí. Me sentía tan lejos de todo, de
todos. Dejé la escuela después de la operación. Ya no quise volver más, no
tenía sentido… ya mi vida no la tenía. Dejé a mis amigos que pudieran hacerme
preguntas de Mariana o que sus recuerdos llegaran a mencionarla. Iba a lugares
donde sabía no los encontraría, caminaba sin rumbo y muchas de esas veces ya no
quería regresar a casa. Qué sentido puede tener la vida, si el motivo de
vivirla se ha ido. ¿Por qué me dejó aquí?, esa pregunta no podía quitarla nunca
de mi cabeza. Mariana sabía todo lo que ella representaba para mí, sabía que no
tenía el valor para continuar sin ella, era toda mi familia… y a veces, sus
ojos, eran lo primero que quería ver siempre al despertar… ¿por qué me dejó
aquí sola?
―¿Alma? ―escuché
su voz detrás de mí.
Mis pensamientos
me mantenían tan alejada de la realidad que no me di cuenta cuando la pasé. Quise
continuar caminando para que sintiera que no la había escuchado, o que se diera
cuenta que la ignoraba, y no volviera a mencionar mi nombre otra vez.
―Alma ―volvió a
decir una vez más.
Regresé mi vista
hasta donde estaba ella parada. Cuando la vi, recordé el día que la miré por
primera vez, la primera vez que dirigió su sonrisa hacia a mí, esa vez cuando
pude enamorarme de ella y de tantos sueños que empezaron a fabricarse en mi
memoria.
―¡Lucia! ―dije
mostrando un poco, pero muy poco, de entusiasmo.
Caminó con tanta
felicidad hacia a mí.
―¡Veo que estás
mejor! ―me dijo y me dio un abrazo muy fugaz.
―Sí, mucho mejor,
gracias ―contesté.
No creo que a
ella le importe en realidad mi dolor. A quién le importaba ahora, creo que incluso
ni yo me daba cuenta qué tanto me dolía. Iniciamos una plática que no teníamos
hace mucho tiempo. No había recordado lo bien que me la pasaba a su lado. La
recordaba siempre feliz y sacarle a cada conversación algo agradable para reír
sin parar. Sin querer, entre esa plática, vino la circunstancia del porqué ella
volvió a buscarme. Quise marcharme en ese momento, no quería escuchar que me
hizo a un lado y que dejó mi amor tirado a la basura, para que el final se
diera cuenta que sentía algo superficial. No quería escuchar que mi dolor fue
en vano. ¡Qué todo lo que había sentido tan roto no tuvo sentido! ¡Que por algo
tan estúpido dejara mi amor a un lado! No quería escuchar, ¡no quería! Pero por
algo no pude moverme, tal vez era una maniobra, otra vez cruel, del destino,
para darme cuenta que yo no fui quien falló. Pasó como lo dijo Mariana, por sí
sola Lucia se dio cuenta que lo que había hecho sólo fue algo estúpido.
Lucia volvió a
entrar a mi vida, no como la primera vez, pero volvió a entrar. A pesar de
todo, Lucia iba sacándome poco a poco de la monotonía que ahora era mi vida.
Después de que ella iba a la escuela, pasaba por mí y me llevaba a comer y al
parque. No sé cómo me sentía a su lado, sin querer me sentía como una niña,
pero no una niña traviesa como cuando estaba con ella en el pasado, me sentía
como una niña huérfana que necesitaba todo el cariño y atención de sus nuevos
padres. Era lo que obtenía ahora de Lucia, toda su atención… absolutamente toda
su atención se centraba en mí. En un momento, del cual no me di cuenta o quise
ignorarlo, Lucia me tomó de la mano y no hice nada por evitar su contacto. Seguimos
caminando sin decirnos nada, sólo contemplábamos el paisaje del parque que
visitábamos cada tarde. Estaba todo fresco, porque hacía días, o meses, que la
lluvia se estancó en una brisa para siempre.
―¿Por qué nos
dejamos? ―preguntó en un suspiro, supongo que mi mano estrechada con la suya le
trajo los recuerdos de un pasado que fue dulce y tierno.
―Tú me dejaste ―respondí
ante su pregunta que no tenía un sentido real.
―Pues que
estúpida soy ―dijo con otro suspiro igual.
―No lo sé ―dije
sin decir todo lo que pensaba. Claro que no pensaba que ella era una estúpida
por dejarme, sino que las cosas pasaban por algo, o igual, pensar así era un
refugio para cualquier persona al imaginar que después vendría algo mejor.
Siempre refugiando nuestro dolor en esa esperanza que muchos nos hacían creer,
“no es para ti, vendrá algo mejor y estarás preparada para cuando llegue”
―¿Te acuerdas de
tantos sueños tontos que teníamos? ―me preguntó con una sonrisa nostálgica.
―¿Tontos? ―le
dije.
―Bueno, no
tontos… esos sueños tiernos a futuro que pensábamos compartir.
―No ―le respondí
sin mayor importancia y caminé soltándome de su mano.
Se sentó en una
de las bancas y no dejó de mirarme. Claro que recordaba todos nuestros sueños.
Por mucho tiempo, dentro de mi dolor al perderla, era lo que me mantenía con
vida. Recordar cada uno de ellos era como una dosis de morfina que podía aliviar
un poco mi dolor. Pero los sueños se fueron consumiendo como una vela que jamás
me atreví a apagar de tajo. Vio que cada vez me alejaba más, sin tener ninguna
intención de regresar a donde estaba ella, se levantó y decidió seguirme.
―¿Por qué no
vuelves conmigo? ―me preguntó.
―¿Es lo que
quieres? ―pregunté sonriendo con ternura al mirarla.
―Sí ―me respondió
con cierta alegría al ver en mi pregunta una ligera posibilidad a su propuesta.
―¿Y sabes qué es
lo que quiero yo?
Lucia borró su
sonrisa al ver que ahora mi pregunta le quitaba todas sus posibilidades.
―¿Qué es lo que
quieres? ―preguntó.
Miré al cielo sin
responder nada. De nuevo esa brisa ligera volvió a caer. Mis ojos querían tanto
mirar lo que ya no podía. Seguí caminando al darme cuenta que lo que en verdad
quería, ella no me lo podía dar. Así estuvimos por mucho tiempo, entre una
relación que buscaba ser más que una amistad otra vez. Aunque la realidad era
que ninguna de las dos en verdad teníamos ese sentimiento de amistad. Lucia
seguía enamorada de mí… y yo, yo sólo veía en ella a una ex pareja intentando
remediar el peor error de su vida.
***
Lucia hacía
cualquier cosa que me gustaba, se quedaba conmigo a ver películas hasta tarde,
comer helado en las escaleras de mi casa y me hacía reír sin parar. Muchas
veces se quedaba conmigo por las noches y al otro día al buscarla ya no estaba,
porque se iba a la escuela muy temprano. Prácticamente ya era parte de mi vida
diaria, pero seguía sin entrar a mi corazón. Estábamos en mi casa, después de
salir varios días, después de muchos intentos que hizo para que yo volviera a
enamorarme de ella. Ese día decidió arriesgarlo todo, todo lo que habíamos
vuelto a construir sobre nosotras, sobre un amor hace mucho terminado.
―¿Por qué? ―me
preguntó mientras se sentaba sobre mi cama.
―Porque ya no
siento nada ―respondí.
―Sé que si me
besas otra vez, podrías sentir lo que sentías antes por mí.
―¿Confías tanto
en ti? ―pregunté riendo ante su soberbia.
―Inténtalo ―me
dijo tomando mi mano para que mi cuerpo se acercara más a ella.
En un instinto, o
no sé de qué manera llamarlo… la abracé y la recosté sobre la cama. La miré a
los ojos y le sonreí. Intenté de nuevo, intenté sentir lo que ella estaba
segura que aún sentía. La miré, y fue lo único que pude hacer, solo mirarla.
―Bésame ―suplicó
suavemente.
Me acerqué
lentamente y volví a sentir su respiración tan cerca. Mis ojos miraron sus
labios recordando cuantas veces disfruté de sus besos tan suaves. Alcé un poco
mi rostro y ella mantenía los ojos cerrados esperando que la besara. Después de
que sintió mi tardanza, abrió los ojos y ahí entendí todo lo que sentía por
ella.
―Ya no puedo ―le
decía sin despegar mis ojos de los suyos―. Ya no puedo enamorarme de ti.
Me levanté y me
paré junto a la ventana, ni siquiera para mirar lo que había afuera.
―¿Por qué no
puedes? ―preguntó.
―Sentí tanto
dolor cuando me dejaste, y a pesar de todo ese dolor que sentí, eso me hizo
crecer y no estancarme. Siempre hay una persona que se queda en el camino, sin
cambiar y sin crecer. A pesar de que cree avanzar, sus sentimientos y corazón
no crecen, se detiene en amores vacíos y superficiales ―volteé a verla y le
dije―: no voy a regresar por ti, hasta donde te quedaste tú… yo no regresaré
por ti.
Lucia se levantó
al sentirse ofendida de la sinceridad de mis palabras, no me dijo nada y se fue.
Y yo lo único que sentí fue un alivio al sacar esas palabras de mi alma, al ver
que en verdad ya no quedaba nada de ella en mí y que el amor que alguna vez
sentí por Lucia, se había ido por completo. Ella pudo haber estado con Ruth
desde que terminó conmigo, pudo haberse sentido una persona madura al ver como
yo lo único que hice fue hundirme en mi dolor, ella pudo sentirse una persona
realizada y superior a mí al estar con otras personas. Pero muy dentro ella
sabía que mis palabras eran ciertas, sus sentimientos se estancaron en la
superficialidad del supuesto amor que sentía. Su corazón jamás creció, porque
en realidad no sentía un amor real y sólo se estancaba cada vez más. Tal vez yo
no pude salir con nadie después de ella, no pude desahogar mi dolor con otra
persona, pero aún así, dentro de todo mi sufrimiento, entendí y comprendí cómo
era en verdad el amor para mí.
***
Volví a quedarme
sola otra vez. Volví a preguntarme por qué Mariana me dejó sola. Cómo es que
puedo seguir respirando sin ella, cómo es que puedo dar cada paso sin ella.
Extraño su voz, su sonrisa… extraño sus ojos. Caminé hasta casa de Mariana,
pasaba los días ahí, pero sin subir a su habitación. La mamá de Mariana seguía
tan amable conmigo, nunca la vi derrumbarse por haber perdido a su hija, tal
vez con la intensión de no perderme a mí también. Para no caer en la tristeza
que parecía no abandonar nunca mi alma.
―Tienes que comer
―me decía.
A pesar de que
todos los días iba a verla, nuestras conversaciones eran muy escasas, como si
cada una evitara abrir la boca para que su nombre no saliera de nuestra alma.
Cada vez que la veía, quería tanto llorar, llorar junto con ella, para que
nuestro llanto fuera tan fuerte, para que nuestras suplicas fueran escuchadas
por Dios y nos devolviera a Mariana. Me sentía culpable y avergonzada cada vez
que estaba con ella, porque le quité a su hija. Pero sabía que no debía
sentirme así, la madre de Mariana jamás sentiría rencor por mí, porque sabía
que yo hubiera hecho lo mismo por Mariana. No sabía de qué manera ella estaba
llevando su duelo ante la pérdida de su hija, no sabía si estaba sufriendo de
igual o peor manera que yo. Siempre comíamos en silencio. A veces me quedaba
dormida en el sofá mirando el televisor y cuando despertaba, ya tenía una
sábana cubriéndome. Nunca dejó de cuidarme como una hija y tratarme como tal.
Me regañaba muchas veces diciéndome que debía volver a la escuela. Que tenía
que cumplir con un propósito en la vida para que… cortaba sus palabras y sé que
lo que no podía decirme era: para que la muerte de Mariana no fuera en vano.
Tenía casi dieciocho años y ya no quería una vida… ya no tenía la fuerza para
vivir.
Después de mucho
tiempo, un día, cuando la madre de Mariana salió a comprar la comida, me quedé
parada al pie de la escalera, la que conducía a la habitación de Mariana. La
subí lentamente, ya habían pasado varios meses, creí que ya estaba lista para
hacerlo, pero cuando llegué ahí, me di cuenta que el dolor jamás se iba a ir.
Su habitación estaba igual desde que la conocí, cuando teníamos cinco años,
siempre todo en orden y con muchos libros. Libros que tantas veces tuve que
quitarle de la mano para que me hiciera caso. Llegaron a mi cabeza mil
recuerdos de nuestros momentos juntas. Jamás peleamos, nunca sus palabras
fueron tan agresivas, porque siempre, ante cada sermón que me daba por portarme
mal, cuando empezaba con: “Alma…” yo le decía de inmediato “De Mariana” y ella
me respondía “y mi corazón tuyo”. Recorrí toda su habitación con la mirada,
esperando encontrar el verdadero consuelo para todo el dolor que sentía. Aún
todo guardaba su aroma, podía sentir como si estuviera ahí mirándome… quería verla,
no importaba cómo, solo quería verla otra vez. Me senté en su cama y no pude
aguantar tanta impotencia.
―¡Por qué me
dejaste sola?! ―grité abrazando la almohada que nunca soltaba cuando dormía―
¡¿Cómo te atreviste a dejarme sola!? ¿Por qué lo hiciste?
Ya no había
llorado tanto como lo estaba haciendo en ese momento, sentía que se rompía más
cada fragmento de lo que quedaba de mi alma. Sentía que mis lágrimas quemaban,
que no podían salir con más dolor de lo que estaban saliendo. Mi garganta ardía
porque no podía gritar con más fuerza de lo que lo estaba haciendo.
―¡¿Por qué me
dejaste sola?! ―grité ahogada en su almohada.
―Mariana está
contigo ―dijo su madre acariciando mi cabello.
Seguí llorando
todo lo que pude frente a ella. Cuándo se iban a terminar mis lágrimas, cuándo
iba a dejar de sentir todo este sufrimiento. Escuché el sollozo de su voz.
Nunca me atreví a darle la cara. Tal vez ella necesitaba mis brazos que la
consolaran, pero cómo hacerlo, cuando yo le quité a su hija. Quería que no
sintiera cariño por mí, quería que me gritara, que me dijera que por mi culpa
perdió a su hija. Quería tanto que me odiara, que me corriera de su casa para
nunca más volver, para sentirme peor de lo que me sentía. Quería tanto su
desprecio para no solo sentir el mío por haberle arrebatado la vida a una
persona como Mariana. Seguí llorando todo lo que podía, con ese deseo de que mi
corazón volviera a doler y que nunca parara de hacerlo hasta morir.
―Perdóname, mamá ―por
fin las palabras salieron de mi boca.
―No fue tu culpa ―dijo
y me abrazó con fuerza―. No fue tu culpa.
Besó mi frente y
me sonrió. Parecía que había conseguido al menos encontrar un poco de paz con
ella. Salió de la habitación y yo seguí llorando por mucho tiempo. Me quedé
dormida sobre su cama sin darme cuenta. Después de un rato, abrí los ojos y
cuando miré todo lo que había en su cuarto, de todos nuestros recuerdos, quise
salir corriendo. Me levanté y mi corazón se aceleró como si tuviera miedo a
algo que desconocía, como si se fuera a parar en cualquier momento. Dejé que el
dolor continuara, para ver si por fin me dejaría morir. Volví acostarme y me quedé dormida.
***
Lucia ya no venía
a visitarme todos los días. Me sentía otra vez la niña huérfana con nuevos
padres a los cuales la ilusión de un hijo ya se les fue. Si venía a visitarme,
pero ya no como antes. Decía que era difícil ser amiga de la persona que se ama
y que le dolía tanto el error de haberme dejado antes. A mí también me dolía su
error, todo ese sufrimiento que me causó, un sufrimiento que pudo haberse
ahorrado si en verdad fuera sincera con sus decisiones y sus sentimientos.
Me bañé para ver
si todo ese cansancio que sentía en el cuerpo se desvanecía, pero me di cuenta
que en verdad sentía mucho cansancio en el alma y que nunca me abandonaría.
Extrañaba demasiado a Mariana, yo no sé cómo podía mantenerme con vida así. Me
miré al espejo, el agua escurría por mi rostro de mi cabello mojado, sentía
ganas de llorar, pero no podía, parecía que todas las lágrimas ya las había
llorado. Sentía una desesperación horrible, quería que en cualquier momento
ella apareciera o escuchara su voz desde la puerta llamándome. Quería que el
corazón me doliera otra vez, que doliera tanto para morirme y estar junto a
Mariana.
―No puedo ―dije
mirándome al espejo.
Escuché que
alguien silbaba por la ventana. Era mentira, ese silbido que no escuchaba hace tiempo.
¿Era ella? No podía ser, no, no es ella. Escuché otra vez con insistencia. No
quise asomarme por la ventana para que me diera cuenta que estaba alucinando.
―¡Alma! ―escuché
su grito y volvió a silbar.
Corrí a la venta
y sí, si era ella. Bajé rápido las escaleras hacia la puerta de la calle.
―¡Bonita! ―me
gritó cuando me vio salir de la puerta y me estrechó en un fuerte abrazo.
―Duele ―le dije
cuando ya no podía respirar ante su euforia.
―Creí que iba a
salir esa niñita enojada diciendo: Alma no es ningún perro para que le llames a
silbidos ―decía mientras se reía a carcajadas y yo, yo sólo me hundía en más
tristeza― y no tiene porque salir a verte, no eres su dueña.
Después de
terminar de reírse recordando un discurso que recibía casi todos los días, se
acercó a mí para mirar mis ojos.
―Ojitos dulces de
ajenjo, ¿dónde está Mariana? ―preguntó.
―¿Qué haces aquí
Fernanda? ―respondí con otra pregunta.
―Sólo vacaciones…
Fernanda fue mi
primer novia cuando tenía catorce años, éramos muy niñas cuando nos enamoramos,
pero fue un amor muy dulce y tierno. Todo terminó cuando sus padres decidieron
mudarse a Tabasco y fue la primera vez que mi corazón se rompió. Mariana la
odiaba, no la quería ni tantito y cada vez que Fernanda iba a buscarme, siempre
le decía que no estaba, por eso Fernanda me silbaba cada vez que iba a mi casa
y eso a Mariana le molestó más, siempre me decía: Ni que fueras un perro. Nunca
aprendieron a llevarse bien. Fernanda era de un carácter muy agradable, ganarse
la confianza y el cariño de Mariana siempre fue su meta principal, pero no pudo
lograrlo porque sus padres se la llevaron. Nuestro noviazgo no duró mucho
tiempo, ella decidió terminar conmigo antes de irse, porque no creía que un
amor a distancia fuera lo mejor para nosotras.
―¿Y dónde está la
señorita que me quiere tanto? ―preguntó mirando hacia adentro de la casa,
pensando que Mariana estaba adentro y que no quería salir a saludarla.
―Mariana ya no
está aquí ―respondí.
―¿Dónde está? ¡¡Vengo
a decirle que me llevaré a la mujer de su vida!! ―gritó Fernanda con fuerza
esperando que saliera Mariana a gritarle.
―¡¿Te vas a
quedar en México?! ―pregunté con un sobresalto de emoción, una que no había
tenido desde hace mucho tiempo.
―No, bonita
―decía con tristeza―, sólo quería molestar a Marianita con eso. Mi madre sólo
vino a visitar a mis tíos, en unos días regreso a Tabasco.
―Ah ―dije dando
la vuelta.
―No te pongas
triste ―decía sujetándome por la cintura―, ya sé que me extrañas y nunca
pudiste olvidarme.
Así era Fernanda,
siempre con ese carácter bromista y juguetón. Fuimos hasta la sala y ahí nos
quedamos sentadas. Miraba a Fernanda, no había cambiado en nada en estos años.
Seguía igual, sus ojos marrón siempre brillantes, su sonrisa de diablillo en
una carita de ángel. Nuestro amor siempre fue mutuo desde el primer día que nos
vimos. Fue difícil aceptar que nos gustábamos, pero después de aceptarlo todo
fue más sencillo. Creo que el único obstáculo difícil que tuvimos: fue la
aprobación de Mariana.
―Y por fin,
¿dónde está Mariana?
Agaché la mirada
y desabotoné un poco mi blusa hasta donde se podía ver la marca de la cicatriz
de la operación. Fernanda escuchó atenta todo lo que le decía sobre Mariana, lo
que había pasado con ella y con mi corazón.
***
Hubo algo que
Fernanda me dijo antes de marcharse otra vez a Tabasco. Dijo que a veces el
corazón, aunque no sea el nuestro, debemos cuidarlo y protegerlo a como dé
lugar del sufrimiento. Yo no estaba haciendo nada de eso, desde que me enteré
que el nuevo corazón que tenía era de la personas que más quería en el mundo,
me dediqué a llenarlo de amargura porque no lo merecía y porque no se me hacía
justo arrebatarle la vida a una persona como Mariana. Pero nadie entendía lo
que yo sentía, nadie se ponía en mi lugar para entenderlo. Todos decían que
tenía que seguir adelante, pero cómo lo hago con toda esta culpa que siento…
cómo se atreven a pedirme que viva sin la parte que me daba la vida, ¡¿cómo?!
―¡Alma! Hola, ¿qué
haces tan temprano? ―me preguntó al verme parada ahí tras su puerta.
―Sólo vine a
despedirme de ti ―dije.
―¿Despedirte? ―preguntó
extrañada.
―Sí, haré un
viaje largo y…
―¿Qué tan largo? ―me
interrumpió.
―No creo
regresar… no tengo por quien hacerlo.
―Alma ―decía
Alejandra―, Mariana no era la única personas que estaba contigo.
Decía cada
palabra cómo si en verdad no sintiera lo que yo, lo que cualquier persona puede
sentir al perder a alguien que estuvo casi toda su vida a tu lado. Sé que lo
hacía con intención de ayudarme, pero eran palabras… palabras, solo eso. La
estaba escuchando sin prestarle mucha atención, tenía mi mirada clavada al piso
pensando en el plan que tenía para irme lejos. De repente, sentí su mano tibia
sobre mi mentón. Alcé mi mirada para verla y su rostro estaba tan cerca del
mío. ¿Por qué? Me pregunté otra vez, por qué otra persona viene a jugar con mi
tristeza. Por qué al verme así todo mundo quiere “amarme”.
―¿Qué haces? ―le
pregunté antes de que sus labios tocaran los míos.
―No sé ―me dijo―,
solo tuve necesidad de hacerlo.
―¿Necesidad?
―susurré.
Volví a sentirme
como con Lucia. Alejandra había sido algo en mi vida, alguien por quien estaba
dispuesta a madurar antes de los dieciocho, pero cómo madurar ante una persona
que no lo era. Volví mi mirada al piso para que entendiera que su necesidad de
mí, era demasiado tarde... mi alma también estaba libre de ella, de cualquier
sentimiento que pudo haber provocado en mí. Es raro tener a las personas que
alguna vez quisiste como las quieres, con ese amor hacia a ti y no sentir nada.
Y la única persona que puede volver a hacerte sentir, nunca volverá.
***
―Hoy cumplo
dieciocho años Mariana y tú deberías cumplir diecisiete ―le decía a una lapida
donde podía ver su nombre grabado. No sé por qué estaba ahí, yo podía a hablar
con Mariana donde sea, pero creo que buscaba despedirme de sus restos físicos― Te
acuerdas que hace un año me dijiste que no te hiciera pasar nunca un cumpleaños
tan triste como ese día… ¿Tú por qué lo haces? Al menos yo desperté… tú cuándo
lo harás.
Sé que no eran
justas mis palabras y sé que quemaban cada parte de mí con tanta amargura, pero
era lo que sentía, amargura y resentimiento. Ella jamás volvería, no iba a
estar conmigo nunca más… Mariana siempre al final de mis sueños haciéndome
entender que estaría conmigo siempre, ¿y ahora?… ese siempre nunca existió, la
respuesta no es ella.
―Te escribí una
carta, por si en el camino no voy al lugar donde tú estás.
Saqué la carta de
mi mochila y la puse muy escondida entre la lapida y un montón de tierra.
Inconscientemente lo hacía para que la madre de Mariana la viera cuando viniera
a visitarla y así supiera a donde fui y no intentara buscarme después.
―Vendí la casa de
mis padres, junté todo el dinero que tenía y todo lo doné a beneficencia para
los niños. Ya me despedí de mamá y de Alejandra. Tenías razón Mariana, cuando
el corazón es cobarde, el alma desaparece porque se muere en soledad.
Tomé mi mochila y
la puse en hombros. No tenía nada en ella, sólo la llené de recuerdos
imaginarios, de recuerdos en mi mente, de aquellos que pronto tendrían que
irse.
―Yo también soy
cobarde…
Caminé por mucho
tiempo, si pensaba hacer lo que pensaba, debía ser un lugar lejano, donde nadie
que me conociera pudiera saberlo. Llegué a un puente que jamás había visto,
haber caminado por cuatro días fue bueno. Me quedé parada a la orilla mirando
la autopista de abajo, donde no pasaba ni un solo automóvil. Miré hacia el
cielo y las gotas de lluvia eran tan suaves que parecían acariciar mi tristeza.
Puse uno de mis pies sobre el muro de contención, si tenía que hacerlo no debía
pensarlo tanto. Me detuve porque sentí un coche cerca. Lo vi venir en una curva
a toda velocidad y al verme a la distancia disminuyó su ritmo. El pavimento
estaba mojado y la curva era peligrosa como para conducir a exceso de
velocidad. Cuando pasó a un lado de mí, el conductor sólo me miró y ese momento
se hizo eterno por un segundo y en el otro, ya estaba a varios metros lejos de
mí. Regresé la vista a mi objetivo, volví a subir un pie al muro, estaba vez si
lo haría.
―Si no voy
contigo Mariana, al menos ya no sabré que estoy sin ti.
aayyy tu y tus cosas!! yo en este estado lastimero y depresivo y tu con estas cosas que me hacen llorar y pensar mas cosas que no deberia pensar =´(
ResponderEliminarescribes tan lindo, es una lástima que vayas a dejar de hacerlo....pero bueno.. a todos se nos muere parte del alma...
Yo..nada más yo.